Los catalanes manifiestan sentimientos de identidad nacional que se satisfacían con el reconocimiento a su cultura, su lengua y una capacidad financiera que cada cierto tiempo pugnaba por renegociar la cuota de los presupuestos estatales que podía administrar. No albergaba un problema soberanista como el que se expresaba en las Vascongadas, que llevaría al lehendakari Juan José Ibarretxe, expresidente vasco, a proponer un acuerdo de libre asociación con España que finalmente fue rechazado por las Cortes Españolas.
Es evidente que la convocatoria de referendos es una prerrogativa del Gobierno de la Nación que está vetada a las comunidades autónomas, si bien el Estado puede delegar competencias y autorizar una consulta sin efectos vinculantes. De ahí que, entre el “no” rotundo y el “sí” transgresor, existan fórmulas intermedias que posibilitarían, sin efectos legales de ningún tipo aunque sí políticos, sondear la opinión de los catalanes sobre su relación con España. Sería oportuno, a estas alturas de la Historia, ofrecer una salida democrática al anhelo de una parte de la población catalana por manifestar libre y directamente su criterio acerca del modo de convivencia que prefiere mantener con el conjunto del Estado español, posibilidad nunca antes concedida y proyecto jamás consumado ni en los tiempos de los condados catalanes, ni durante el período de expansión transpirenaica de Ramón Berenguer, ni cuando formaban parte del Reino de Aragón. Se avanzaría así en la respuesta definitiva a un problema no resuelto ni con el diseño del Estado de las Autonomías en democracia ni con la represión implacable de la dictadura, por lo que continúa larvado y supurando periódicamente malestar e insatisfacción a ambos lados del Ebro. Claro está que ello requiere altura de miras y políticos que rechacen los réditos inmediatos y fáciles de las acciones demagógicas por ambas partes. Y hoy tales estadistas no abundan en la política nacional ni autonómica.
Sólo sería necesario una gran habilidad política para abordar este problema, en el que habrá que tener en cuenta que, tras el camino señalado por Cataluña, vendrán otras comunidades a reclamar idéntico tratamiento a sus demandas, como el País Vasco, Canarias y Galicia, además de la equiparación solidaria del resto. La modificación de la Constitución para redefinir la realidad plurinacional de España, abocada más temprano que tarde aconfigurarse como Estado federal, perdiendo el miedo a nombrar las cosas por su nombre, es justo de lo que alerta el síntoma catalán. Hacer caso omiso de esta señal puede acarrear un empeoramiento del problema hasta acabar como nadie desea. Ahí está Kosovo, a la que España no reconoce, para comprobarlo.