Cataluña: vuelve la política

Publicado el 10 julio 2018 por José Luis Díaz @joseluisdiaz2
No tengo muchas dudas de que Torra y Sánchez hablaron ayer de muchos más asuntos de los que se contaron al final del encuentro de casi tres horas en La Moncloa. Teniendo en cuenta que hacía dos años que un presidente del Gobierno de todos los españoles no se sentaba con uno de todos los catalanes, no se le puede achacar a ninguno falta de generosidad con el reloj. En cualquier caso, si en el dilatado encuentro se acordó algo de lo que no se ha informado, tampoco me preocupa en exceso: creo que terminaremos enterándonos más pronto o más tarde. Prefiero ocuparme de lo que sé, más que de lo que se podría intuir. Y lo que sé y saben todos los españoles es que, el solo hecho de hablar, ha escocido como la sal y el vinagre en la derecha mediática y en la oposición a Sánchez, además de en los radicales de la CUP. Ladran, luego cabalgamos, podríamos decir. Leer hoy algunos titulares y escuchar a algunos líderes, es la prueba del algodón de que contra Cataluña vivían mejor que en una situación en la que todo no es tan negro o tan blanco como con el Gobierno del PP.
Por eso, escuchar a Albert Rivera decir que si por él fuera nunca habría recibido a Torra en La Moncloa, plantea serias dudas sobre la utilidad democrática de su partido. Es cierto que el presidente catalán no es precisamente el adalid del orden constitucional y que su pasado de activista supremacista y xenófobo revela más de sus ideas que todo cuanto él pueda decir. Pero es - guste más o menos - el presidente legítimo de Cataluña y, como se suele decir, con esos bueyes hay que arar. Que todo un líder político como Rivera, aspirante con fundamento a presidir el gobierno del país, rechace la vía del diálogo en política refleja un pensamiento que cuestiona la esencia del sistema democrático: diálogo incluso con quienes más alejados puedan estar de tus puntos de vista. En su favor únicamente cabe aducir que tiene al menos el valor de decirlo públicamente, no como Rajoy, que practicó la ausencia de diálogo con Cataluña durante años aunque jamás lo reconoció ni lo reconocerá.

Foto: El Español

Tal vez si Rajoy hubiera hablado más y hubiera fiado menos la solución del problema a jueces y a fiscales, la reunión de ayer hubiera estado rodeada de mucho menos dramatismo político. Porque, al fin y al cabo, lo extraño no es que el presidente del Gobierno español y el de una comunidad autónoma se sienten literalmente a hablar de todo; lo que constituye una verdadera anomalía democrática en un país como España es que no lo hubieran hecho desde hacía dos años. Dicho lo anterior, lo más positivo del largo encuentro es que Torra y Sánchez no se han despedido con un portazo sino con el compromiso de volverse a ver en unos meses. El primero ha cumplido con el guión previsto reivindicando el derecho a la autodeterminación que solo está en su cabeza y en las de los independentistas y el Gobierno ha trazado ahí la línea roja, como era su obligación y su deber.
No obstante, ha extendido la mano para resolver cuestiones atascadas entre ambas administraciones y que pueden ser abordadas en el marco constitucional al que nos debemos todos. Ahora, y después de tantos gestos por parte de Sánchez, falta saber si Torra y los suyos hacen alguno que no sea el de sostenella y no enmendalla. No me hago ilusiones de ningún tipo y más bien creo que no desaprovecharán la primera oportunidad que se les presente para seguir adelante con los faroles. Si tal cosa ocurriera - nada improbable - el Gobierno sigue teniendo la opción de la Justicia sin que ello implique cerrar de nuevo la puerta del diálogo, con lo que la pelota sigue en el tejado independentista.
El tiempo y los hechos lo dirán aunque, mientras eso ocurre,  no debería olvidar Sánchez que gobierna para todos los españoles y no solo para los que viven en Cataluña. El catalán es un asunto de una extraordinaria dificultad pero no puede copar al completo la agenda del presidente. Tampoco puede llevar a Sánchez a conceder ventajas económicas y políticas a una comunidad para calmar a sus levantiscos dirigentes en detrimento de las demás, ni relegar los problemas y las carencias de estas a un segundo plano en su orden de prioridades. Mal negocio sería para Sánchez y sobre todo para el país que, intentando apagar un incendio, se provoquen nuevos focos de descontento y agravio comparativo en otros territorios. Dicho lo cual, bienvenida sea la vuelta de la política siempre que su fin sea resolver los problemas de los ciudadanos: esa es su función y de ella deberán responder los políticos ante esos mismos ciudadanos.