Jorge Pardo en el concierto.
Dice Jorge Pardo en una reciente entrevista que no se explica cómo en Madrid no hay una cátedra de flamenco y en Japón o EE UU sí. Los flamencos, más de taberna que de academia, de sentimiento que de teoría; son músicos que con un quejío, ya sea voz o flauta, detienen el tiempo y nos enseñan el universo de los sentidos. Jorge Pardo en formación de quinteto presentó Huellas; su último trabajo donde explota brillantemente la mejor de las cátedras: su arte de jazzflamenco. Lo hizo en el Lava (sede vallisoletana para el VIII Festival de Jazz de CyL).
El concierto duró una hora y media. Tiempo en el que aprendimos que los caminos de la música son inescrutables. Mucho tiempo, tinta, y ahora, píxeles, se han gastado discutiendo si esto es más jazz que flamenco; flamenco que jazz, mezcla que fusión… Palabras baldías después de ver a Jorge, entre la penumbra solo rota por un foco, cantar con su flauta una improvisación de cinco minutos.
Pablo M. Caminero al contrabajo junto a Diego Guerrero con la guitarra.
Momento histórico el que vivimos. Lo que está haciendo Jorge Pardo es legendario. Y no lo digo yo, que también, sino Pablo M. Caminero; el fabuloso contrabajista. Así calificó durante el ensayo el momento: de histórico. Pardo lleva desde los 70, cuando empezó con Dolores, investigando entre músicas a caballo entre el jazz y el flamenco. Pero el maestro hace tiempo que no busca, y no lo hace porque ya encontró. Halló la fórmula de crear flamenco con el soniquete del jazz y de colmar su música con cualquier tipo de instrumento. En Huellas se ha acompañado de un escuadrón de 50 músicos que arman el doble disco de 18 temas, de un color y unas texturas nunca escuchadas. La marimba, el trombón o el vibráfono, no acompañan en el concierto; aun así, los cuatro músicos con los que viene son de chapó.
El contrabajo de Pablo colapsó el teatro: ¡siete minutos de solo! Menuda gozada el toque, los picados, su soltura y brillantez; su originalidad y maestría, que dieron paso a la zambra de Puerta del Sol Expresso. Su otro compañero rítmico no se quedó atrás. José Ruíz “Bandolero” hizo virguerías con la batería. Su percusión hablaba; metía broncas dentelladas en su tiempo, salía cuando debía; con lo difícil que son las composiciones de Jorge. Él mismo estaba pendiente de vez en cuando de indicar con ojos y brazos los silencios y golpes de compás; como en la alegre rumba con toques de songo: El Faro.
Enriquito con el fliscorno y Pardo con el saxo soprano.
A Diego Guerrero a la guitarra se le notó un tanto timorato; seguro que como cantaor luce con el mismo brío que Enrique Rodríguez “Enriquito” al fliscorno y trompeta. Y miento primero el fliscorno porque fue el más presente. Un instrumento poco visto pero que con su tesitura más grave y cálida, acompaña que da gusto a la flauta y al saxo soprano y tenor de Pardo. Como pudimos disfrutar desde el inicio de la noche con la hermosa bulería Zapatito.
Como hemos dicho, Jorge Pardo lleva tocando música casi cuatro décadas, en ese tiempo hay un episodio imborrable, un hombre que dejó precisamente sus huellas. En mitad del concierto Pardo se quedó solo para presentar una taranta muy especial; la que le enseñó el Maestro con mayúsculas: Camarón de la Isla. Así, solo con la flauta, resonaron los ecos del legendario cantaor, en una noche donde fuimos testigos del genio de uno de los músicos más originales que ha dado este país, pese a que desde fuera nos tengan que dar toques como el de la Académie du Jazz Française.
José Ruíz Bandolero” percute la batería durante el concierto.
Eduardo R. Salgado
Estudiante de Periodismo y Musicología en la Universidad de Valladolid. Miembro del equipo radiofónico de: lamilanabonita.com