Cayendo en la tentación, amen.

Publicado el 28 septiembre 2013 por Francissco

Sales de casa con la tarjeta de crédito, siendo en ese momento la persona más feliz  del asfalto. Y lo eres porque tienes motivos, vaya que si los tienes, amigo. Porque has salido a comprar y a gastar, nada menos ¿Y qué será esta vez? Bueno, quizá carezca de importancia, pero digamos que se trata de un artículo que conoces muy bien, que llevas adquiriendo desde hace muchos años y  te identifica por completo como un consumista capullo.

¿De verdad es necesario todo eso que vas a adquirir? ¿No podrías pasar sin ello, caray? Pues sí, sí que podrías pasar, por lo que adivino de tu silencio culpable. En tu casa amontonas artículos por usar y no por ello dejas de pensar en las siguientes novedades. Pero todas estas reflexiones te resultan castrantes y estúpidas, bah…Porque vamos a ver ¿a que viene hacer ahora de Pepito Grillo, demonios?

Vale pues ¿No será la utilidad lo que te guía, entonces? ¿O es la necesidad de lo que pagas? Bueno, yo te lo pregunto y tú me miras como si fuera un ingenuo ¿Acaso no existe el placer de conseguir, quizá el mayor de todos? Así me dices, retándome ¿Hay algo más exquisito que ese trance eufórico y nervioso con que recorres las calles, entras en ese superlocal  iluminado y te plantas delante del género, tan exultante y dichoso tú? Me señalas esto y ya noto yo el vacío que nos empieza a separar…

¿Que no bastará, acaso, con rendirse a los sentidos para entenderte? Pero si sobra con acariciar y sopesar, deleitándose con esos diseños tan bien calculados. También con oler, como no. Las cosas buenas acarician el olfato y luego en casa, cuando las abres, huelen y saben como un beso. Y sobre todo hay un momentito, mm:  ay, dios, menudo instante ese, cielos. Nada, ja, ja, me dices tú entornando los ojitos; que existe un instante  de pura hermosura, tanta que hasta vergüenza te da confesármelo. Cuando te entra en el cuerpo electricidad y se te dispara el corazón ¡Pero si acabas de agarrar lo que te gusta, diantre! ¡Esa es tu dicha!

Y nadie te lo quitará. Quedaba un solo ejemplar y ahora lo llevas en tus manos. ¡Ya es tuyo, joder!  Eres uno más entre esos consumidores felices, y los dependientes y toda la gente parecen mirarte con aprobación.

Que no se entra a un Templo del Consumo y se sale con las manos vacías, hostias. Hay que comulgar. Hay que recibir la bendición. Entregas tu tarjeta que es tu alma y el dependiente, que es el sacerdote, ve si tienes pecados de crédito y si Dios la acepta o no ¿Que no ves la equivalencia? Eso me dices tú, con intensidad y desespero ¿No es el ticket de compra algo así como la bendición de nuestro señor?

Vale. Intento que eso me sirva cada vez que me alejo del espejo y me despido de ti. Porque el flagelo posterior de la culpa es todo mío.

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Saludines.