El director de El caso Bourne Doug Liman lleva a la pantalla en Caza a la espía el caso real de la agente de la CIA del programa de no proliferación nuclear Valerie Plame, interpretada por la siempre fascinante Naomi Watts. El exceso de erudición cinematográfica ciega a algún pope de la crítica cuando, pertechado del recuerdo de clásicos del género de espías, desprecia esta película. Más allá de las convenciones del género, para mí esta película es un documento valiosísimo de nuestro tiempo. Porque nos permite ver a las claras cómo funciona el poder en EEUU. Ahora que el presidente Bush llama en sus memorias líder visonario al expresidente español Aznar por su decidido apoyo a la invasión de Irak, se hace aún más necesario ver películas como esta que reconstruye los sucesos que ocasionaron el desvelamiento de la identidad de la agente de la CIA Valerie Plame como venganza porque su marido se atrevió a desmentir una información falsa del presidente Bush sobre la existencia de un programa nuclear irakí que daría argumentos para la posterior invasión del desgraciado país asiático. Imprescindible para quien pretenda conocer cómo se trabaja cuando se quiere ir a una guerra, cómo el estado de derecho es ese decorado de fondo que permite llevar a cabo las mayores transgresiones, cómo nunca es suficiente la desconfianza que debemos sentir siempre hacia toda forma de poder. El final de la película con imágenes documentales de las declaraciones de la Valerie Plame con superposición del apaño jurídico que permitió la práctica absolución de los culpables de la filtración de su identidad permite constatar una vez más la impunidad con la que funciona el verdadero poder, transgrediendo el aparente y vaciado Estado de derecho.