Así pues, la historia humana va evolucionando a través de paulatinos cambios sociales (que a veces tardan siglos en asentarse), que van imponiéndose porque los modos de captura de energía cada vez más sofisticados permiten una mayor densidad poblacional y esto permite a su vez ir probando nuevos modos de organización y jerarquía social que triunfan frente a los más primitivos. Los valores esenciales que surgen de estos cambios van imponiéndose según convenga a la organización social y ello repercute en factores como la división del trabajo, el papel de las mujeres en la sociedad, el respeto a los derechos humanos y a las costumbres extranjeras. Es evidente que el progreso tiene sus víctimas. Quizá se sintiera más libre un cazador nómada que un campesino sometido a la servidumbre de un señor medieval, pero a la larga los cambios han sido positivos, sobre todo cuando se han guiado los mayores niveles de captura de energía en pos del bienestar básico del mayor número de estratos sociales, aunque para que esto sea posible es necesaria una evolución de las mentalidades, que siempre es mucho más lenta que la evolución tecnológica.
El punto más polémico es quizá la afirmación de que "cada era tiene el pensamiento y las ideas que necesita". Eso nos llevaría a aceptar que la historia es determinista y que todos sus acontecimientos han sido necesarios para llegar al punto en el que hoy estamos, de éxito del sistema democrático, porque es el que más crecimiento económico produce y el que mejor lo reparte entre sus ciudadanos. Esto es especialmente peligroso en este momento, puesto que los sistemas autoritarios no han dicho todavía su última palabra, sobre todo ante el cisne negro que ha aterrizado sobre el mundo en forma de pandemia, cuyas consecuencias son todavía a día de hoy muy inciertas. ¿Y si la gente acaba decantándose por sistemas como el chino o el ruso estimando que un gobierno sin oposición y que puede suspender los derechos de la gente a placer es mucho más fiable frente a crisis de este calado? Quizá el debate de la jerarquía de valores humanos entre libertad y seguridad vuelva a abrirse y las consecuencias tengan que ver con un retroceso de la idea de sociedad abierta que hasta ahora hemos conocido.
El libro de Morris no termina con sus propias tesis, sino que el autor presta sus páginas a voces críticas con sus planteamientos, como las del historiador Richard Seaford o la escritora Margaret Atwood, aunque sí que se reserva un último espacio para rebatir dichas tesis reforzando sus propios argumentos. Un debate apasionante y complejo que es abordado desde el prisma de los diferentes puntos de vista propios de diversas especialidades.