1:00 A.M.: "Tenemos un mosquito", palabra de Salvia, alertada por un zumbido. Mientras la que acaba de hablar se da media vuelta para reconciliar el sueño con desenvoltura, servidor enciende la luz y emprende la búsqueda del bicho. Tras largo rato de safari pertrechado de armas de sainete, acabo encontrándolo agazapado sobre una moldura de escayola del techo. ¡Zas! Se escapa. Vuelta a empezar. Nuevo y largo ojeo, esta vez sin resultados.
3:30 A.M.: "Bzzzzzzzzzzz". Un agudísimo violín me sobresalta y saca de mis azucarados sueños. ¡De esta no sales vivo, maldito chupasangres! Incorporado de nuevo -omitiré los detalles sobre mi escueto atuendo-, vuelvo al acecho. La batida acaba dando su fruto y el trompetero da la cara agarrado a una puerta del armario. La que duerme a mi lado no se despierta. Una nueva escalada armamentista me ha puesto en las manos su pantalón vaquero. ¡Zas! La tela tejana ha funcionado y el mosquito ha caído al suelo. Vuelvo a la cama con la satisfacción del trabajo bien hecho.
6:00 A.M.: "Tenemos otro mosquito", palabra sin desperezar de Salvia. Esta vez el zumbido vuelve a sacudirla a ella, anticipándose al pitido de su despertador. "No puede ser... ¿otro más?", pienso en abstracto, con cientos de bostezos en las ideas. Lo único que soy capaz de concretar ahora es una determinación: "No voy a moverme del colchón".
Diosss... acabo de encontrarme dos picaduras en un talón, otra en la cara interna del muslo derecho y el habón de uno de mis nudillos pica que rabia. Esta noche volveré a la carga y, por si acaso, me bañaré en repelente.