Vivimos en nuestra propia cárcel, palpamos los fríos barrotes y gustamos el olor agrio de la orina acumulada y reseca, pero tenemos diagnosticado un síndrome de Estocolmo grave y crónico que nos impide coger la llave puesta deliberadamente a nuestro alcance.
Vivimos en nuestra propia cárcel, palpamos los fríos barrotes y gustamos el olor agrio de la orina acumulada y reseca, pero tenemos diagnosticado un síndrome de Estocolmo grave y crónico que nos impide coger la llave puesta deliberadamente a nuestro alcance.