Ceguera impuesta.

Publicado el 31 agosto 2015 por Jmartoranoster

Carola Chávez

|

Los sabíamos, lo advertimos, nos dijeron mentirosos mientras la verdad les llenaba de violencia sus propias calles. No fue suficiente el fuego, la destrucción, la muerte aleatoria que dejaron las guayas, las alcantarillas levantadas, las balas, no querían ver, y no quieren.
Entonces advertimos que la violencia guarimbera había sido planificada y financiada por un sector de la oposición que había reclutado delincuentes a sueldo para generar caos en las calles. Denunciamos una estructura criminal vestida de política, mostramos pruebas mientras ellos, sin disimulo, nos daban la razón con sus actos, pero no hay peor ciego.
Milagros Socorro, a quien nadie puede llamar Chavista, en su crónica “Nuestros propios vecinos”, relató el estado de secuestro en el que se encontraban los vecinos de las zonas enguarimbadas. Una mujer tratando se salir de su calle y un grupo de violentos impidiéndoselo. “Ustedes no son de aquí”, les dijo la mujer en un momento, porque no lo eran, y desde ahí Socorro lanza su teoría conspirativa: son infiltrados chavistas. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que unos infiltrados chavistas se pudieran mantener causando destrozos en vecindarios bastiones de la oposición con el beneplácito de sus vecinos? Porque sobran los videos, colgados por ellos mismos en las redes, de esos vecinos caceroleando, insultando, lanzando objetos contundentes desde sus balcones contra la Guardia Nacional cuando ésta llegaba a poner orden. Ceguera peligrosa.
Ampararon en sus calles a sus verdugos. Bloqueada la razón, el instinto de conservación prevalecía, entonces sintieron miedo y callaron. “Señala al Sapo” decía un cartelito en el ascensor y el sapo era cualquiera que rechazara la violencia… nadie quería saber lo que le podía pasar al sapo en medio de esa locura. Ceguera aterrada.
La violencia, una vez que se desata, fluye y se escurre por todas las grietas. Ese ejército de jóvenes mercenarios, acostumbrados al dinero fácil, lo buscará como sabe hacerlo. Estalla la bomba de la verdad más sórdida, la complicidad se hace más evidente cuando intenta escurrir el bulto. Ni una voz de rechazo, ni una voz que hable en nombre de la sensatez. Solo la voz del cinismo que, apostando a la ceguera impuesta, hace cálculos electorales sobre un oscuro charco de sangre.