Ceguera literaria

Publicado el 16 marzo 2015 por Elena Rius @riusele

Los antiguos ya tenían su propia lista:
Las siete maravillas del mundo

 ¡Cómo nos gustan las listas! Automáticamente, parece que una lista de "Las diez mejores canciones" o "Los 100 lugares que has de ver antes de morir" nos da la clave para lograr esa aspiración -siempre latente, siempre inalcanzable- de no perdernos nada importante, de encontrar, entre la miríada de ofertas que el mundo nos brinda, las que harán nuestra vida más completa. Por supuesto, todas esas listas parten de una falacia inicial (lo que invalida en último término su propuesta): nadie, ni siquiera el o los compiladores de la lista en cuestión, ha podido comparar la totalidad de los elementos -sean piezas musicales, películas, libros o lugares hermosos- y, por lo tanto, su elección siempre deja de lado una parte de ellos. Además, está el aspecto -nada menor- del gusto personal o, mejor dicho, de la "ceguera involuntaria" que inevitablemente aflige a todo aquel que emprenda la tarea de elaborar una de estas listas. Hablo de ceguera, pero también podría denominarlo "orejeras"; el caso es que todos contemplamos el mundo desde un lugar determinado, inmersos en una cultura concreta, y pertenecemos a un género y a una clase social que nos condicionan. Por más que tratemos de adoptar una postura objetiva, cualquier selección estará contaminada por esta mirada selectiva. Tomemos por ejemplo la lista propuesta por Jorge Luis Borges que sirvió de base para la colección "Biblioteca personal". Resulta -vaya por dios- que todas las obras que en ella figuran fueron escritas por hombres. Para contrarrestarla, la web openculture ha elaborado una lista alternativa en la que todas las autoras son mujeres. Como ejercicio seguramente tiene su interés. Sin embargo, ni una ni otra pueden considerarse como el canon definitivo de "lo que hay que leer", como tampoco lo es el El Canon Occidental (Compactos Anagrama)">Canon occidental de Harold Bloom. (Aunque al menos Borges dejaba muy claro que los libros seleccionados respondían a su criterio personal; Bloom hace lo mismo, pero quiere persuadirnos de que, si no lo compartimos, somos nosotros quienes estamos equivocados.)    Claro que si descendemos más al detalle, comprobaremos que en ambas listas hay mayoría de autores anglosajones (la de Borges, como es lógico, incluye un porcentaje mayor de autores españoles e hispanoamericanos). Si esta misma lista se la pedimos a un crítico literario chino, apuesto a que el resultado sería muy distinto. Todos padecemos, en mayor o menor medida de ceguera literaria, incluso si estamos convencidos de nuestras amplitudes de miras  (o quizá sobre todo si lo estamos). Para probarlo, nada mejor que aplicarse uno mismo la vara de medir: he tomado al azar tres estantes de mi biblioteca y he hecho un recuento. Veamos el resultado. De un total de 105 libros, hay 
  • 24 escritos por mujeres (23%). (No está mal; no llegamos a la paridad, pero muchos siglos de cultura masculina juegan en contra.)
  • 59 de autores españoles o hispanoamericanos (56%). (Esto ha sido en cierto modo una sorpresa. Si me lo hubiesen preguntado antes, habría dicho que este porcentaje no iba más allá del 30 o 35%.)
  • Entre los autores extranjeros, abrumadora mayoría de anglosajones. He contado sólo 4 italianos (muy extraño, no leo tanta literatura italiana), 3 franceses, 3 alemanes y 2 rusos. Luego hay alguna rareza suelta, como un israelí y un checo.
Se trata de una muestra aleatoria y, por tanto, es posible que de haber practicado el recuento en otros estantes, estos números hubiesen sido distintos. Pero, salvo que hubiese topado -orden alfabético manda- con la estantería de Galdós (del que debo tener más de diez libros), las hermanas Brontë o Zola (soy muy fan de Zola), no creo que hubiese habido diferencias sustanciales. Hay que rendirse a la evidencia: mi biblioteca demuestra a las claras que ignoro todo cuanto se cuece en la literatura asiática o africana. Por no mencionar que una buena parte de Europa está clamorosamente infrarrepresentada. No me queda otro remedio que autodiagnosticarme ceguera literaria. Al menos, soy consciente de ella y no se me ocurrirá hacer una lista canónica. Desconfíen de aquellos que dicen haberlo "leído todo". No hay tal.