Cegueras

Por David Porcel

Es una delicia escuchar a quienes con la edad de catorce años se introducen en la Filosofía, me refiero a los alumnos de la nueva asignatura de "Iniciación a la Filosofía", de dos horas a la semana, música celestial en medio del tumulto y la cháchara diarias. Ahí los alumnos se despegan de sus miedos y, como son pocos, con eso de que han sentido curiosidad por saber qué significa la palabra "Filosofía", también de su timidez, y rompen el hielo, a pesar de que el corazón les palpita hasta que ya no aguantan más y asaltan el silencio. Ahí se expresan, sí, y lo hacemos juntos, a partir de cuentos de los hermanos Grimm, de fábulas y cuentos de Esopo, de mitos clásicos, desafíos y dilemas varios que, no sé si suenan a situaciones de aprendizaje, pero les pone en camino del pensamiento. Hoy, especialmente, me ha sorprendido la agudeza de sus comentarios, primero, sobre las cegueras del yo, a raíz de un lobo que, creyéndose león, olvida su condición, y que han derivado en algunas ideas sobre el origen del egoísmo y de por qué nos inclinamos a cuidar lo nuestro antes de atender al prójimo.