Estoy suscrita a varias newsletters de recomendaciones variadas, sobre todo de podcasts, pero también de mierdas que se pueden encontrar por internet y que, se supone, pueden ser interesantes. Últimamente, entre esas recomendaciones, hay muchas de aplicaciones para gestionar los libros que quieres leer, las películas que quieres ver, la lista de la compra, los sitios a los que quieres viajar, los artículos de internet que dejas para más adelante. Yo las llamo aplicaciones para gestionar otra vida, si la tuvieras.
Esta semana, en una de esas newsletters, encontré un artículo cuyo título me llamó la atención: Treat your to-read pile like a river, not a bucket. Pinché en el enlace y, claro, lo tuve que dejar ahí, abierto, esperando encontrar durante la semana algún rato para leerlo. El viernes, por sorpresa, llegó ese momento. Estaba tratando de cerrar todas las pestañas que no necesitaba y al llegar a ésta volvió a llamarme la atención. El autor, Oliver Buckerman, del que no he investigado nada porque lo mismo es un flipado que ha dicho muchas tonterías, expone aquí una teoría que me ha gustado: Oliver cuenta cómo, en los inicios de internet, creíamos que la superabundancia de información en la red, las infinitas posibilidades de, pinchando de enlace en enlace, no dejar nunca de aprender, dejaría de abrumarnos cuando la tecnología fuera mejor, cuando esa misma tecnología que nos servía todo en nuestra mesa en un caudal continuo e infinito se moderara de alguna manera y nos permitiera lo que se conoce como «separar el grano de la paja».
En los comienzos de internet éramos ingenuos y jugábamos con él como si fuera algo inocente y que pudiéramos controlar. Ahora, casi veinte años después (abrí mi cuenta de hotmail en 1996), nos hemos dado cuenta de que internet es un poco el oso rosa maligno de Toy Story y que nuestras posibilidades de controlar el poder o la influencia que tiene en nuestras vidas son casi nulas o, de existir, necesitan de un cambio tan radical en nuestras rutinas que muy pocos estaríamos dispuestos a hacerlo. Además, ya sabemos que la tecnología no sólo no ha frenado ese caudal de información sino que, cada día, lo aumenta cada vez más, abrumándonos de manera constante. Ahora mismo todos tenemos listas interminables y cada vez más inabarcables de películas y series para ver, podcasts para escuchar, lugares que visitar, restaurantes que conocer (yo esto no), cursos para aprender, artículos para informarnos, libros para releer, trucos para limpiar, recetas para probar, consejos para relajarnos, notas para, en algún momento, escribir nuestra gran obra. Como he dicho antes, esperábamos que la tecnología nos permitiera separar la paja del grano pero ha llegado un punto en que ese no es el problema: las listas que todos hacemos, las notas que nos escribimos, los pantallazos que llenan nuestros teléfonos no son paja, nos interesan de verdad, son cosas a los que nos gustaría prestar atención si tuviéramos el tiempo para ello. Sabemos qué nos interesa y por qué sentimos curiosidad.
«¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose: “Cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro?” Nunca tendremos más tiempo. Tenemos todo el tiempo que hay». (Alan Bennett)
Ahora creemos que el problema es el tiempo.
El tiempo que no tenemos.
Pero no es verdad. El verdadero problema es que es imposible cumplir esas listas. Imposible. En algún momento creímos o nos hicieron creer que, con una buena gestión de nuestro tiempo, lograríamos hacer todo lo que queremos, pero eso tampoco es verdad. No hay que pensar que, si dejaras de hacer lo que no te apetece (lo que constituye eso que llamamos obligaciones: el trabajo, las tareas de la casa, los compromisos sociales), tendrías tiempo. No es así: lo que ocurriría entonces es que ampliarías tus listas hasta hacerlas aún más inabarcables.
¿No hay solución entonces? ¿Estamos condenados a hacer listas que se volverán amarillas con el tiempo (en mi lista de libros pendientes hay algunos que apunté en 2005), que jamás nos acercaremos a cumplir? No, sí la hay. Claro que la hay: hay que asumir esta imposibilidad y aprender a decir no, no solo a las obligaciones y tareas, a lo que no quieres, hay que aprender a decir no a cosas que sí quieres leer, escuchar, ver, visitar o disfrutar. O, como dice el autor del artículo, dejar la teoría de la lista y pasarte a la teoría del río.
El bueno de Oliver comenta que hay que dejar de hacer listas. Él habla de no tener cubos llenos de cosas por hacer y lanzarse a, sencillamente, disfrutar de lo que nos traiga el río de la vida. Esto es cursilísimo, lo sé, pero tiene bastante sentido. Con los podcasts hice algo así el verano pasado. Mi lista tenía más de doscientos episodios pendientes, me di cuenta de que era imposible y que no tenía sentido, así que la borré, la eliminé de cero y ahora solo me permito tener diez en cola. Si quiero añadir uno más, tengo que eliminar alguno que ya esté.
Cuando era adolescente y ya me había leído todos los libros que eran, digamos, míos, más todas las novelitas rosas de mi abuela en papel de estraza con heroínas que eran enfermeras, costureras, maestras o doncellas que se enamoraban de hombres más altos, más guapos, más ricos y más cultos que deciden casarse con ellas por su increíble bondad y belleza, me enfrenté al desafío de encontrar nuevas lecturas. Me plantaba delante de la estantería del despacho de mi padre. Había dos opciones: ser metódica y empezar por las estanterías que estaban en las baldas de la derecha nada más entrar en la habitación o ser caótica y simplemente colocarme en el centro de la habitación y esperar a que determinado libro me llamara. No lo sé con certeza ahora mismo, pero creo que nunca tuve como objetivo leerlos todos: mi plan era tener algo siempre para leer.
Llevo dándole vueltas desde el viernes a esta teoría del río. Repito que puede sonar cursi pero creo que relajarse, ser consciente de que jamás en la vida vamos a tener tiempo de hacer todo eso que llevamos apuntado en el móvil y dejar de intentarlo, nos liberaría de este eterno correr. Creo que voy a dejar de contestar «lo apunto» cada vez que alguien me recomiende algo. A partir de ahora diré: «estupendo, ya veremos si más adelante me acuerdo», sabiendo de sobra que lo que no se apunta se olvida, pero no importa. Quizá haya otras cosas que justo me pillen en el momento adecuado para atenderlas.
A lo mejor hay alguien que piensa que esto es rendirse, que es decantarse por la dejadez, por la desidia, pero yo lo veo como una victoria. Como dice Alan Bennett, que, como Oliver, era inglés y escribió sobre la gestión del tiempo hace 114 años:
«No estoy de acuerdo con aquello de que en todo caso es mejor fracasar a lo grande que obtener una victoria pírrica. Soy fan de las victorias pírricas. Un fracaso glorioso no conduce a nada. Una victoria pírrica puede conducir a una victoria no tan pírrica».
Prefiero no tener listas interminables de cosas pendientes que me lleven a fracasar a lo grande porque lo intenté pero no llegué. Prefiero ni intentarlo, sentarme a la orilla del río y coger lo que llegue.
Borra tus listas.
El próximo domingo, tenemos la tercera sesión del Club de Podcasts encadenados. Te cuento cómo funciona: aquí están los deberes de escucha. Este mes vamos a escuchar 10 episodios, 5 en español y 5 en inglés, puedes escuchar los que quieras. También hay una ficha para guiar la escucha y que sea más fácil saber qué apuntar, en qué fijarse, cómo escuchar. Después, el domingo 21 a las 19:30 nos reuniremos por Zoom para comentar y compartir opiniones. Es así de sencillo y, te lo puedo asegurar, muy divertido.
La próxima sesión es el 21 de abril. Si te suscribes hoy, tienes una semana gratis así que podrás asistir y ver si te merece la pena o no.