"AYER fue veinticinco. Símbolo y metáfora del sueño de un Portugal nuevo de once años atrás. Aquel día de 1974 yo no había cumplido los veintidós años. Apenas nos habíamos repuesto del pinochetazo de siete meses antes cuando una mañana irrepetible supimos que en el país vecino, a los acordes de José Afonso y su Grandola, los cañones de los fusiles se llenaban de flores, la sonrisa encendía los rostros de los chiquillos, los adultos, ante aquel regalo inesperado, se sentían niños y un aire de libertad comenzaba a extenderse por la península aventando viejos fantasmas y temores y, con ellos, la realidad gris bajo la que nuestra vida se desenvolvía. Por aquel entonces yo vivía un peculiar destierro por razones sindicales y políticas en el Banco Popular, empresa en la que trabajaba desde los diecisiete años, un destierro que compartía con otros compañeros en una vieja y kafkiana nave semiabandonada y próxima a la Puerta de Toledo. Recibimos la noticia de aquel amanecer con una euforia no disimulada. Una euforia que se fue acrecentando con los días y, sobre todo, con los viajes. Cómo no recordar el aluvión de visitas de fin de semana a Portugal, o la invasión de nuestras casas, de los locales de las asociaciones de vecinos, de los clubs parroquiales y de otras organizaciones heterodoxas y semilegales, por pegatinas, posters, grabados, fotografías y todo tipo de objetos alusivos a una libertad que en nuestro país nos era negada y que buscábamos en el vecino del oeste en la conciencia de que la dictadura bajo la que sobrevivíamos a duras penas tenía los días contados.
"Más que el acontecimiento histórico que refieren las reseñas conmemorativas que estos días aparecen en la prensa, de los reportajes radiofónicos y televisivos (TVE ha dedicado el programa “En portada” al aniversario), el 25 de abril es una marca, una huella indeleble en nuestra memoria, en la memoria de mi generación. Aquel mundo de color, de banderas, de sueños al fin cercanos, de claveles, de viajes de fin de semana, ha quedado anclado para siempre en el catálogo de días felices que hemos vivido quienes en 1974 éramos muy jóvenes. En lo que a mí respecta, he de confesar que todavía me sigue emocionando casi hasta la lágrima aquel cartel en el que un niño rubio, de pelo rizado, introducía el tallo de un clavel rojo en la boca de un fusil. Durante muchos años ese cartel estuvo expuesto, siempre en un lugar preferente, en nuestra casa. Debió desaparecer en alguna de las mudanzas. Pero en todo caso, su recuerdo es, inevitablemente, la síntesis de un tiempo, de un estado emocional, de un sueño sólo parcialmente cumplido".
En Madrid, a 26 de abril de 1985