Me alejo de discursos autocomplacientes, de actos hueros, de celebraciones de nuevos pretores y reclamo el orgullo de pertenecer a un pueblo que ha sido milenariamente sojuzgado, que ha sobrevivido a las tiranías foráneas y locales, a los absentismos, a caciques y administradores pretéritos y presentes, que ha tenido que mandar fuera de sus límites a sus mejores hijos ayer, hoy y siempre, que resiste a no abandonar los lares inmemoriales, que añora las raíces en la distancia, que construyó maravillas para la humanidad con su sangre y con sus manos, que levantó fortunas que no eran ni serán suyas en tierras cercanas y lejanas, que cambió una periferia rural por otra urbana, que dejó de ser de aquí para no ser tampoco de allí, que acepta con resignación que será nada más que mano de obra barata allá donde vaya, no abandonando nunca ese dulce acento aspirado que lo vincula al terruño. Ésa es la Extremadura que hoy recuerdo, la totémica y sufriente, la que alza sus manos incluso cuando baila suplicando a dioses y señores que la dejen vivir, y no la típica y la tópica, la de prohombres, escenarios, proyecciones, postales y guiones mitificantes. Me inclino hoy ante la tierra seca regada por el sudor de generaciones y la venero, porque de ella vengo.
Celebrando Extremadura
Publicado el 08 septiembre 2016 por Francisco Francisco Acedo Fdez Pereira @FrancisacedoMe alejo de discursos autocomplacientes, de actos hueros, de celebraciones de nuevos pretores y reclamo el orgullo de pertenecer a un pueblo que ha sido milenariamente sojuzgado, que ha sobrevivido a las tiranías foráneas y locales, a los absentismos, a caciques y administradores pretéritos y presentes, que ha tenido que mandar fuera de sus límites a sus mejores hijos ayer, hoy y siempre, que resiste a no abandonar los lares inmemoriales, que añora las raíces en la distancia, que construyó maravillas para la humanidad con su sangre y con sus manos, que levantó fortunas que no eran ni serán suyas en tierras cercanas y lejanas, que cambió una periferia rural por otra urbana, que dejó de ser de aquí para no ser tampoco de allí, que acepta con resignación que será nada más que mano de obra barata allá donde vaya, no abandonando nunca ese dulce acento aspirado que lo vincula al terruño. Ésa es la Extremadura que hoy recuerdo, la totémica y sufriente, la que alza sus manos incluso cuando baila suplicando a dioses y señores que la dejen vivir, y no la típica y la tópica, la de prohombres, escenarios, proyecciones, postales y guiones mitificantes. Me inclino hoy ante la tierra seca regada por el sudor de generaciones y la venero, porque de ella vengo.