"Hazte las pruebas," le dijo Satu por teléfono.
"Pero me encuentro bien!"
"Lo sé. Pero podrías tener daños que no notas," contestó Satu.
Al final, Outi decidió hacérselas. Al día siguiente, compró un test en la farmacia. Para su sorpresa, dio positivo.
En Holanda, Johan Jansen, su hija, Marieke Mol y su nieta, Charlotte Mol, se dieron cuenta de que no hay que tener necesariamente los mismos síntomas aunque seas de la misma familia. Jansen, al que diagnosticaron la enfermedad con 40 años, tenía los síntomas clásicos de diarrea y estómago hinchado, mientras Marieke era anémica y Charlotte tenía una erupción roja antiestética y escamosa en la cara y en los brazos. Tanto Marieke como Charlotte sufrieron durante años antes de que les hicieran las pruebas. Para Charlotte, cuya erupción desapareció cuando comenzó una dieta sin gluten a la edad de 15 años, lo más duro de ser celíaco es que la gente, generalmente, no lo entiende ni lo entenderá. En una ocasión, se puso a llorar a lágrima viva cuando los padres de dos amigos se negaron a prepararle comida sin gluten. "Deberías estar agradecida por lo que tienes en el plato", le dijeron.
La psicoterapia sirvió de ayuda. En una sesión de grupo con otros celíacos, un psicólogo de la asociación de holandesa de celíacos, miembro de Asociación de Sociedades Europeas de Celíacos, la mayor red de apoyo del continente, propuso formas de afrontar la falta de sensibilidad y la ignorancia - respuestas como "Sigue así si quieres que acabe en el hospital," o "¿Le darías a un diabético una bomba de azúcar?". Afortunadamente, los países y las empresas alimentarias de todo el continente han hecho grandes avances en la elaboración de alimentos sin gluten. Finlandia e Italia ofrecen reducción de impuestos o estipendios mensuales para ayudar a afrontar el mayor coste de los alimentos sin gluten. En Francia, se dan ayudas mensuales a los celíacos. En Italia, es obligatorio ofrecer comidas sin gluten en los comedores públicos de las escuelas y hospitales. En Hungría, Emese Simon, universitaria de 21 años, se maravilla con la multitud de opciones existentes ahora cuando vas a la compra o a un restaurante. He habido un cambio enorme desde que le diagnosticaron la enfermedad en marzo de 1999. Volvamos a Finlandia, donde el profesor Markku Máki, investigador de la Universidad de Tampere afirma que los tratamientos distintos a la dieta sin gluten necesitan aún de cinco a 10 años para desarrollarse. "Hoy en día, el futuro es conseguir el diagnóstico correcto lo antes posible", afirma. "Tenemos que reducir la demora en los diagnósticos y limitar los efectos adversos a largo plazo." Las hermanas Kettunen están de acuerdo. Outi, de 27 años está agradecida por haberlo descubierto antes de que la enfermedad le provocara un daño más severo. Satu, de 31, se casó y está terminando un máster en educación. Se alegra de que por fin hayan desaparecido sus dolores de estómago. "Ahora tengo mucha energía y estamos intentando tener nuestro primer hijo", afirma. "Simplemente, ponerle nombre a la enfermedad y conseguir que mejorara fue ya un cambio enorme".