(Escrito para y aparecido originalmente en Ágora, del portal de Estudiantes del Centro de Relaciones Internacionales del Colegio de México en 2011).La escena es simple, un diálogo. El escenario no es más que eso, da lo mismo. Ferdinand Bardamu, ciudadano francés a su pesar y estudiante de medicina por algo que parece vocación, tuerce un rictus de sorna asqueada cuando su colega Arthur Ganate se refiere a la raza francesa como la más noble de este mundo. Bardamu estalla: “La raza, eso que tú llamas raza, es ese hatajo de pobres diablos como yo, legañosos, piojosos, ateridos, que vinieron a parar aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, que llegaron vencidos de los cuatro confines del mundo. (…) Eso es Francia y los franceses también”. Mitad herido, mitad estupefacto, Ganate le pide no hablar así, “pues nuestros padres eran igual a nosotros.” ¡Bingo!, parece decir Bardamu en un gesto: “En eso tienes razón. Rencorosos y dóciles, violados, robados, destripados, y estúpidos siempre. Iguales, si, iguales a nosotros.”Estamos apenas en las primeras páginas de Viaje al fin de la noche(1932), la ópera prima que catapultara a Louis Ferdinand Céline (1894 – 1961) al mito y al desprecio en partes iguales. Invitado incómodo, molestia imprescindible en la literatura del ultimo siglo, Céline llega a su 50 aniversario luctuoso de la forma que a él le habría gustado más: Vilipendiado por la cultura oficial del gobierno francés (precisamente aquel “hatajo de pobres diablos”), que lo excluyera terminantemente de la lista de celebraciones nacionales de este año. Pero a espaldas de los relumbrantes mausoleos del panteón galo, las conmemoraciones celinezcasse agrupan como aquelarres alérgicos a la corrección política, al bienpensar público, a esa intachable Academia que tanto gusta de los hijos de la nación que cantan la grandeza de su gloria, de Victor Hugo a Rousseau, de Descartes a Malraux y de Balzac a Zolá. Pero de Céline no. Influyente como pocos, agrio como él mismo, para Francia Louis Ferdinand Céline es algo así como una vergüenza a voces. Un orgullo callado y pudoroso.Poco importa que Kurt Vonnegut, Julio Cortázar, Alessandro Baricco, Mario Vargas Llosa, Fernando Vallejo ó James Ellroy hayan firmado sendas alabanzas hacia la estela de Céline en sus propias escrituras ó en la literatura en general, Francia no perdona a aquel que durante la ocupación nazi se pasara del lado de Hitler y mostrara incondicional apoyo a la ocupación, al regimen colaboracionista y al Tercer Reich. Ese Céline, a veces mucho más público que el literario, es el mismo que publicara Bagatelas para una masacre(1937), texto de ardor antisemita donde el holocausto aparece (cuando aparece) embarrado con una ácida sonrisa de desprecio. Ese Céline es el mismo que lanzó, en el Viaje al fin de la noche y en otras narraciones y ensayos, diatribas inmisericordes e iracundas contra Francia y los franceses, tanto o más como la que registramos más arriba, contra los negros, contra las mujeres, contra la izquierda, contra el que pasara enfrente. Y ningún gobierno se atrevería a desenterrar públicamente páginas que le echan en cara sus propios vicios, peor aún si fueron escritas varios gobiernos atrás.No son pocas las comparaciones válidas entre la posición que Céline guarda frente a la Francia contemporánea y la que por casi dos siglos guardó el Márques de Sade, otro admirado a escondidas, con la Francia posrevolucionaria. Uno y otro pusieron el dedo en las llagas más hondas de la moral antes de encontrar un lugar, incómodo, pero un lugar, en el salón de la fama de la literatura nacional.Aún así, a la sombra y por los rincones de París y de diez multitudes de ciudades, los festejos por el aniversario de Céline regorgotean como refrescante fango de alcantarilla. Habrá quien haga caso omiso de cualquier atisbo de incorrección política y elija celebrar lo que merece celebrarse: Al autor que desenterró la oralidad en la prosa y le inyectó un virulento caudal de sangre fría y apasionante verborrea a la novela, al padre de patéticos, empantanados y amorales personajes, tan vivos y escandalosos como su imagen pública. Porque antisemitas, fascistas, racistas ó misóginos los hubo en su tiempo y en el nuestro por montones. Pero ninguno, estemos seguros, escribió como él.Salve pues Céline, el ultimo maldito, que justo hoy lamentaría cumplir 116 años de vida. Si usted decide abrir este año algún volumen de su prosa, al fondo escuchará una carcajada, su última: Que el desprecio oficial, las celebraciones canceladas y el denuesto académico sean, al fin y al cabo, el único homenaje que él hubiera agradecido.
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