A veces, en breves destellos, logro pintar en mi imaginación aires que me gustaría respirar y cielos que me gustaría volar. El miedo se impone en cuanto él llega y me hace olvidar los sueños imposibles. Es tan hábil en el manejo de mi vida que nadie puede intuir mi desgracia. No soy más que una marioneta en manos de un extraño cegado por unos celos irracionales. El hombre que me enamoró era inteligente, apasionado y muy divertido. Nos conocimos en 5º de Derecho y cuando él encontró un buen trabajo en un bufete decidimos casarnos. Yo podía quedarme en casa. Al principio todo fue muy bonito, pero poco a poco se fue desmoronando con las broncas que me montaba porque miraba a este o sonreía a aquel... Hasta el día que me dio una bofetada. Hoy, cortando definitivamente todos los hilos de mi destino me ha gritado: ¡en adelante no saldrás de casa, así podré estar tranquilo! En el aire ha quedado el retumbar del portazo habitual. No puedo aguantar más y en mi interior algo se quiebra violentamente. Mi cara se queda desencajada, mis piernas se doblan y todo mi ser es un ovillo. La visión empañada me impide distinguir esa sombra que se me aproxima, oigo su voz queda diciéndome: — Mamá...— Mi niño, pero estás aquí, en mi habitación.— ¿Por qué papá es malo?— Papá no es malo, nos quiere mucho. — Tú siempre dices que no diga mentiras.¡Cuánta desdicha en la mirada de mi pequeño! Es el acicate que me activa y me hace sentirme viva. Si consiento que mi hijo pase por esto, será mi peor condena. Trago saliva y parpadeo intentando frenar las lágrimas que se deslizan por nuestros rostros abrazados. Lo acaricio, le miro a los ojos y le digo:— ¡Vámonos!
A veces, en breves destellos, logro pintar en mi imaginación aires que me gustaría respirar y cielos que me gustaría volar. El miedo se impone en cuanto él llega y me hace olvidar los sueños imposibles. Es tan hábil en el manejo de mi vida que nadie puede intuir mi desgracia. No soy más que una marioneta en manos de un extraño cegado por unos celos irracionales. El hombre que me enamoró era inteligente, apasionado y muy divertido. Nos conocimos en 5º de Derecho y cuando él encontró un buen trabajo en un bufete decidimos casarnos. Yo podía quedarme en casa. Al principio todo fue muy bonito, pero poco a poco se fue desmoronando con las broncas que me montaba porque miraba a este o sonreía a aquel... Hasta el día que me dio una bofetada. Hoy, cortando definitivamente todos los hilos de mi destino me ha gritado: ¡en adelante no saldrás de casa, así podré estar tranquilo! En el aire ha quedado el retumbar del portazo habitual. No puedo aguantar más y en mi interior algo se quiebra violentamente. Mi cara se queda desencajada, mis piernas se doblan y todo mi ser es un ovillo. La visión empañada me impide distinguir esa sombra que se me aproxima, oigo su voz queda diciéndome: — Mamá...— Mi niño, pero estás aquí, en mi habitación.— ¿Por qué papá es malo?— Papá no es malo, nos quiere mucho. — Tú siempre dices que no diga mentiras.¡Cuánta desdicha en la mirada de mi pequeño! Es el acicate que me activa y me hace sentirme viva. Si consiento que mi hijo pase por esto, será mi peor condena. Trago saliva y parpadeo intentando frenar las lágrimas que se deslizan por nuestros rostros abrazados. Lo acaricio, le miro a los ojos y le digo:— ¡Vámonos!