Cena en un yurt, sólo para aventureros

Publicado el 28 noviembre 2010 por María Paz
Ahora que el invierno ha llegado oficialmente y la nieve ha hecho acto de presencia a ambos lados del Atlántico, os propongo una idea para los más aventureros y amantes del invierno. ¿Habéis cenado alguna vez en un yurt?
¿Y qué es un yurt? Un yurt es un tipo de construcción portátil, usada tradicionalmente por los nómadas de Mongolia. Es parecido en cierto modo a una tienda de lona, pero tiene forma redonda y una estructura relativamente sofisticada. Normalmente está construido con lona y madera, y se usa como refugio en lugares muy fríos de alta elevación. Aunque este tipo de construcción es originario de las estepas de Mongolia, se ha popularizado mucho como refugio de alta montaña en otras partes del mundo, y en los Estados Unidos se pueden encontrar en bastantes lugares. Muchos de ellos se pueden alquilar para pasar un fin de semana o varios días, y están muy solicitados por los amantes de la nieve y los deportes de invierno. Suelen estar situados en lugares remotos donde se puede disfrutar de la paz de la montaña, y tras una jornada esquiando o caminando con raquetas por la nieve, es toda una maravilla volver a la calidez del refugio y descansar. 
El sitio que hoy quiero recomendaros no se alquila, sino que se trata de una idea bastante original: el yurt de la estación de esquí de Solitude, cerca de Salt Lake City, Utah, es un restaurante de alta categoría que proporciona una experiencia única, además de dar de comer estupendamente. Para cenar en este yurt hay que reservar con mucha antelación, porque está solicitadísimo y tiene un aforo máximo de 22 personas por noche. Una vez hecha la reserva, hay que presentarse en la estación de esquí bien abrigados y listos para la aventura, y es que a este restaurante se llega tras un trayecto por la nieve de unos veinte minutos (si se va andando con raquetas), o bastante menos si se escoge ir sobre esquís (los esquís o raquetas los proporciona Solitude). No hay nada como hacer un poco de ejercicio para abrir el apetito, y como podéis ver aquí los clientes esquían encantados para ganarse la cena:

A pesar del frío, el paseo resulta bastante divertido y el paisaje nevado alrededor es precioso. Además, por el camino va uno haciendo amistad con los demás asistentes a la cena. Otra particularidad de este restaurante es que sólo tiene dos mesas (eso sí, de gran tamaño), con lo cual todo el mundo comparte mesa con gente que no conoce. Aunque al principio pueda resultar un poco extraño, os aseguro que para el final de la cena habréis hecho unas estupendas amistades, y la conversación será una parte más de la experiencia.

En este restaurante no admiten a menores de trece años, lo que probablemente sea una buena idea, al tratarse de un espacio pequeño y algo alejado de la civilización. Por eso, resulta un lugar muy romántico si queréis ir con vuestra pareja (y no os importa compartir mesa con otras veinte personas, claro). Cuando se llega al yurt, la primera impresión al entrar es lo agradable de la temperatura y lo acogedor del lugar. La forma redonda, la madera de las paredes y la luz que entra por la cúpula del techo crean un ambiente único y uno se siente inmediatamente relajado. Resulta increíble que una estructura que está literalmente enterrada en nieve (como se puede ver en la foto), pueda mantener el calor interior de semejante modo, pero es precisamente la nieve que lo rodea la que ayuda a aislarlo del frío exterior. Lo cierto es que dentro del yurt se puede estar perfectamente sin chaqueta, e incluso se pasa calor.

Para cuando uno llega y se va acomodando, el chef ya lleva un buen rato allí cocinando, y tiene la cena casi lista. La cena consiste en un menú prefijado que el cliente escoge al hacer la reserva. A nosotros nos sirvieron una ensalada y una sopa muy ricas como primeros platos, seguidos de un buen filete de ternera con verduras a la plancha (se ofrecía una opción vegetariana para quienes lo desearan), y un postre de chocolate que fue la guinda perfecta. Regamos la comida con un vinito tinto que nos devolvió el color a las mejillas, y la verdad es que hicimos muy buenas migas con nuestros compañeros de mesa. La comida era de primera calidad, y tanto el chef como los camareros se esmeraron mucho con el servicio y la presentación. En un espacio tan pequeño no hay secretos, y los clientes podíamos ver perfectamente lo que el cocinero estaba haciendo en todo momento. Aquí tenéis al chef trabajando:

Quizá lo único difícil sea la vuelta, porque después de la opípara cena da bastante pereza salir al frío y volver a caminar por la nieve. Además, el camino de regreso se hace con linternas, porque ya ha oscurecido. Pero por otro lado, una caminata a la luz de la luna puede resultar un broche precioso para una noche tan aventurera. Os recomiendo esta experiencia con mucho entusiasmo, de verdad que vale la pena. Mi único consejo es que vayais bien abrigados y no olvidéis el sentido del humor, sobre todo porque siempre hay quien decide empezar una pelea de bolas de nieve...

   (foto: http://www.thetinylife.com/it-only-yurts-when-i-laugh/)

  


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