El cine de John Ford ha sido desde siempre modelo para varias generaciones de grandes directores. Como curiosidad, decir que Steven Spielberg tiene tres películas favoritas que ve todos los años: "Los siete samurais", de Kurosawa, "Lawrence de Arabia", de David Lean y la que nos ocupa.
Un hombre de Texas regresa a casa después de muchos años. Ha estado en la guerra civil. En el bando perdedor, pero forma parte de los hombres que adquieren una extraña y amarga sabiduría en la derrota. En cualquier caso llega a decir que él nunca se rindió. Pero la paz no está hecha para Ethan Edwards. Al poco tiempo, los indios comanches matan a su familia y raptan a una sobrina. A partir de ese momento su vida no va a ser más que la crónica de una obsesión: encontrarla a cualquier precio.
John Wayne compuso con Ethan quizá el más complejo y atormentado de sus personajes. Su odio a los indios les hace verlos como subhumanos y matarlos (y no solo eso, también cortarles la cabellera o dispararles a los ojos una vez muertos para que su espíritu no encuentre paz) es lo único que le sosiega.
No vamos aquí a repetir los consabidos elogios a esta cinta: se trata de una de las grandes obras maestras del cine, modélica en todos los aspectos, y como tal la reconozco. Se me ocurrió viéndola que podría también interpretarse, aunque no fuera esa la intención del director, como una metáfora de la situación actual de Estados Unidos. Los protagonistas de "Centauros del desierto" sienten Texas como su casa, pero en realidad son colonizadores, que arrebatan la tierra y la caza a los pobladores originarios, por muy salvajes que sean y sufren las represalias (o el terrorismo, me atrevería a decir) de éstos. Los nuevos colonizadores americanos se enfrentan a situaciones similares. Dios sigue estando de su parte, así como la civilización y la democracia, pero buena parte de los conquistados no es de este parecer. Como Ethan, Estados Unidos lucha lleno de rabia, pero una lucha sin esperanzas de victoria ni de redención.
Mucho se ha polemizado acerca del personaje principal, siendo acusado principalmente de racista. Pero el director nos lanza el siguiente mensaje: el racismo y el odio no llevan a nada, engendran solo paisajes tan desérticos como los escenarios de la película. La mirada amarga de John Wayne nos lo está diciendo en cada fotograma. A cada paso va perdiendo un poco más los rasgosque le hacen humano. El presunto final feliz, lo es solo de cara a la galería.