Centauros del desierto-the seachers

Publicado el 10 marzo 2015 por Ganarseunacre @ganarseunacre

THE SEARCHERS (1956)

Por Juan Carlos Vinuesa

FICHA TÉCNICA:Título original:The Searchers Año:1956Duración:119 min.País: Estados UnidosDirector:John FordGuión:Frank S. Nugent en la adaptación de la novela Alan Le May.Música:Max SteinerFotografía:Winton C. HochReparto:John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden, Walter CoyProductora:Warner Bros. Pictures
What makes a man to wander?What makes a man to roam?What makes a man leave bed and boardAnd turn his back on home?Ride away, ride away, ride away...
Para nuestra amiga Lidia, que al igual que nosotros comparte pasiones fordianas.
El dominio en la narración cinematográfica de John Ford, con tendencia al lirismo, la siempre excelente dirección de actores, la roturación psicológica de sus caracteres y la sabia utilización de los recursos técnicos (fotografía de Winton C. Hoch, música de Max Steiner) y escenarios (magistral plasmación del Monumental Valley) para enfatizar la fuerza emocional del relato, son algunos de los elementos fílmicos que hacen de "Centauros del desierto" uno de los grandes títulos de la obra del maestro Ford.

Temáticamente aborda una historia de tintes trágicos, con momentos equilibrantes de humor, historia en la que se nos hace partícipes de la hondura psicológica de un personaje degradado y confuso, interpretado por John Wayne en su mejor actuación, un ex-militar confederado llamado Ethan Edwards, retratado impecablemente por John Ford, quien también nos sumerge en el usual catálogo psicológico de caracteres dotados con todos los valores del mundo fordiano, entre ellos, la familia, el honor, el humor, la amistad o el deber. Ethan, pieza angular del film, se nos presenta como un hombre tosco, vengativo y amargado, pero no exento de cinismo, abiertamente racista, con un hondo y exagerado odio hacia los indios. Es también un nómada solitario, un perdedor sin hogar —perdió la guerra, perdió a su gran amor, que al final se casó con su hermano— con dificultades para encajar en la civilización de posguerra y afán de redención.

Un personaje que se aleja en medio del polvo del desierto sin un claro destino, mientras su contexto, feliz e ilusionado con su futuro, sin ni siquiera advertir su silenciosa marcha, cierra inconscientemente la puerta de la esperanza, una puerta que unos años antes le había visto entrar desde ese peregrinaje eterno que parece corresponder a su estigmatizado pasado.

"Centauros del desierto",una película muy aclamada por muchos cineastas, entre ellos Scorsese o Francis Ford Coppola, es uno de los títulos clave de la historia del western.
The Seachers, la senda del erranteEn su “Recorrido personal por el cine norteamericano”, el conocido directo Martin Scorsese, hablando de Centauros del desierto señalaba que, tras años de búsqueda, cuando Ethan finalmente encuentra a su sobrina, secuestrada por los comanches siete años atrás, no se sabe si la va a matar o la va a salvar. Insiste en que no hay que esperar un final feliz, ya que Ethan no encontrará ningún hogar o familia al final del camino. Ethan está maldito, condenado a seguir siendo un ser errante, destinado a vagar eternamente por el mundo.

Ha dicho usted que alguien me había definido como el gran poeta de la epopeya del Oeste, y yo no sé qué es eso. Yo diría que es una gilipollez.”JOHN FORD.TRAS LA PISTA DE JOHN FORD de Joseph Mc Bride

Y es que pocos finales de una película han hecho derramar tantos ríos de tinta a lo largo de la historia como esa memorable secuencia en que, después de que todos los protagonistas hayan entrado en casa, muy despacio; Ethan, el personaje interpretado por John Wayne, que permanece en el exterior, mirándoles, se da la vuelta y, con un andar entrepausado y desganado, dirige sus pasos de nuevo hacia el horizonte mientras la puerta de la casa se cierra para él y las palabras THE END aparecen en pantalla, mientras las voces del grupo “The sons of pionners” comienzan a desgranar la canción de Stan Jones, compuesta para la película:

Un hombre explorará su corazón y su alma,Buscará una salida en el camino.Sabe que hallará su paz interiorPero ¿dónde Señor, dónde?Cabalga sin destino….cabalga sin destino….cabalga sin destino      Han pasado más de cincuenta años del estreno de Centauros del desierto una de las grandes obras maestras imperecederas de ese genio del cine llamado John Ford.

PREGUNTA: Así pues, ¿cree usted que, como director, aporta a una película su punto de vista sobre las cosas que le preocupan?RESPUESTA: ¿Y para qué otra cosa se supone que vive un hombre?Ford entrevistado en 1936 por Emmanuell Eisenber en “New Teather”

   Y todo ese tiempo no han restado un ápice de fuerza y emoción a un western de una intensidad que hoy día abruma al espectador que, a través de unas imágenes de una belleza sin igual —extraordinario e inolvidable trabajo del camarógrafo Winton C. Hoch— nos cuenta la obsesiva búsqueda de una joven secuestrada por los indios, protagonizada por su tío, el enigmático y atormentado Ethan, y por el hermano de adopción de Debbie, el ¿mestizo? llamado Martin.
   “Centauros del desierto” es la historia de un largo y complicado viaje por todo el suroeste de los Estados Unidos, recién salidos de la Guerra de Secesión, John Ford traslada al universo del western, al espectacular decorado de Monument Valley, el mito del eterno retorno, subiendo a lomos de caballo el célebre aforismo de Pompeyo: “Vivir no es necesario; navegar sí."

   Obra maestra donde Ford contrapuso el tema de los colonos constructores de la civilización sobre los cimientos del culto religioso y la vida familiar al concepto de individualista violento y carente de raíces, necesario, sin embargo, para el desarrollo colectivo. Y dio entrada y preciso significado a muchos de sus propios ritos, como las ceremonias referidas al entierro y boda, los brotes de afirmación matrialcal, el canto al paso de las estaciones, la integración social a través de La Biblia y el revólver y —con peso específico en las mismas intimidades del relato— el himno Shall We Gather at the river?, cuyas apariciones contribuirían a la ruta cíclica del film.
   Provisto de un espíritu de desenfadada improvisación y de un contemplativo lirismo, se aferró a una muy rigurosa arquitectura donde menudeaban las abstracciones, los enigmas y las ambigüedades, con lo que la narración quedaba adscrita a un cierto clima de misterio espiritual y al mantenimiento de un estilo expresivo en busca de asir las profundidades psicológicas. En buen número de frases de los personajes había alguna clave indirecta para la mejor compresión de los significados últimos; base recordar que el protagonista, cuando intuía que la persecución entrañaría un giro continuo —destinado a acompasarse a la dinámica interna de la narrativa, se plasma en un diálogo para la historia:   -Hemos fracasado. ¿Por qué no lo reconoce?-No. El que hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto, Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…-Pero, ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?-El indio, tanto cuando ataca como cuando huye es inconstante, abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. Tan seguro que la Tierra da vueltas
Y algo análogo sucedía en lo concerniente al acompañamiento musical, pleno de citas vigorosamente ilustrativas: así, las presencias del tema Lorena—una melodía muy grata a Ford— daban intensa información sobre la historia entre el protagonista y su cuñada, al igual que en torno a los sentimientos de aquél hacia la hija de ésta.
   Reviste alta trascendencia la agrupación simbiótica de lenguaje literario y acompañamiento musical en la principal canción del film. Su estrofa inicial, escuchada durante los títulos de crédito, dice: What makes a man to wander?/What makes a man to roam?/ What makes a man leave bed and board/ and turn his back on home?/Ride away... ride away... ride away...O sea: “¿Qué es lo que empuja a un hombre a ir errante? ¿Qué es lo que empuja a un hombre a viajar sin dirección? ¿Qué es lo que le hace abandonar lecho y mesa, y renunciar al hogar? Cabalga sin destino… cabalga sin destino… cabalga sin destino…” Y así, se presenta enigmáticamente a Ethan Edwards (JOHN WAYNE), quien, tras largos años de ausencia, regresa a la granja donde su hermano Aaron y la esposa de éste, Martha, viven con un hijo y dos hijas y el joven Martin Pawley (JEFFREY HUNTER). Las preguntas se amplían enseguida a un pretérito amorosoentre Ethan y Martha que palpablemente aún no se ha extinguido, e incluso a la posibilidad de que la morena Debbie, cuyos hermanos exhiben cabellos rubios, hubiera sido engendrada por Ethan.
   En ausencia de Ethan y Martin, los indios arrasarán la granja, violarán a Martha, la asesinarán junto a su marido y su hijo y se llevarán a las dos muchachas; la mayor, Lucy, sufrirá pronto la misma suerte de su madre. Y Ethan encauzará la búsqueda de sí mismo en la de Debbie, extendida a lo largo de siete años; le acompañará siempre Martin, cuyo objetivo, más que encontrar a la chica, es evitar que racista tío —¿o padre?— la mate.
   El movimiento circular de la película conducirá a que la recuperación de Debbie se produzca en el mismo territorio donde estuvo la granja de Edwards. Pero The Seachers cabalga sobre dos líneas paralelas: el jefe (HENRY BRANDON) de la tribu perseguida por Ethan se llama Scar, “cicatriz”, simétricamente a la llaga espiritual del protagonista; sigue un itinerario análogo, en función de que su pueblo, los comanches nawyecki, dan vueltas de un lado a otro, sin rumbo definitivo; es también un vengativo y racista sujeto, que colecciona cabelleras de los blancos desde que éstos mataron a sus dos hijos;y cuida y quiere a Debbie, a quien ha convertido, llegada a la pubertad, en una de sus esposas.
   Scary Ethan son cada uno espejo del otro, sobre todo en su salvajismo, aunque con la diferencia de que el comanche se integra en su comunidad y en entorno natural, lo que no es el caso del desarraigado y outsider perseguidor. El futuro de este último está representado por el viejo Mose Harper (HANK WORDEN), que, si parece senil en algunos aspectos, se manifiesta lúcido en ciertos momentos; pro ejemplo, al descubrir por dos veces la pista de Scar. En las fronteras de la muerte, Mose —cuyo nombre alude al bíblico conductor de su pueblo por el desierto hacia la tierra prometida— sólo aspira a un techo y una mecedora, materializaciones del término de su prolongadísimo vagabundeo; es quizá la respuesta a la segunda y último estrofa de la canción principal del film, que se escuchará al ritmo de las imágenes finales. En éstas se ve a Mose sentado en la mecedora, bajo el techo del porche de la granja Jorgensen, cuyos habitantes penetran con Debbie y Martin en la vivienda; al igual que en el comienzo de la película y con relación a la granja de Edwards, el punto de vista de la cámara arranca desde el interior de la casa y, si antes Martha había abierto la puerta para que se viera el paisaje por donde llegaba Ethan, ahora se observa a éste en el exterior hasta que todos han entrado y la puerta se cierra, subrayándose de este modo que el protagonista no pertenece a la comunidad.

   Las voces de los Sons of the pioneers1 cantan entonces: A man Hill search ride away...his Herat and soul,/ go searching way out there./ His peace of mind he knows he´ll find/ but where, O Lord, O where/ Ride away... ride away... ride away... La comunidad seguirá su rumbo hacia el futuro, mientras el individualista sin raíces ha sido sacrificado a la soledad, en nombre de los conceptos sociales que detesta. Así, Ethan, que había arrancado la cabellera a Scar en una última asunción de su espejo, continuará su existencia errante sin que ahora ni siquiera los comanches nawyecki, le sirvan de referencia.


1 Enlace a la publición de GANARSE UN ACRE: Stan Jones, The sons of pioneers & Ken Curtis"