He perdido la cuenta de cuántas Navidades he pasado en África, entre Uganda, Gabón y República Centroafricana, donde ahora vivo. Será por eso que asocio la Navidad más con el calor aplastante de la estación seca que con las nieves invernales, y que la veo más como la celebración religiosa de un día –el 25 de diciembre- que como una larga temporada de un mes y pico llena de reclamos comerciales. Aqui, por el contrario, cuando llega la Navidad la gente se conforma con muy poco. Ir a la iglesia ese día por la mañana (aquí no hay tradición de la misa del Gallo ni de cena de nochebuena) y comer en familia el día 25 será lo único que marcará lo especial de la fecha.
Los habitantes de Bangui se conformarán con poder tener este año una Navidad en paz, un lujo que no se podido tener durante los tres últimos años, cuando ni siquiera ese día las milicias dejaron de enfrentarse entre ellas. Tras algo más de dos meses de violencias diarias, desde el pasado 26 de diciembre, la visita del Papa Francisco el 29 y 30 de noviembre trajo una esperanza de reconciliación que aún persiste, pero que sigue siendo frágil. El pasado 13 de diciembre, cuando la gente acudió a votar en referéndum por la nueva Constitución, dos grupos rebeldes –los Seleka de Nouredine Adam y algunos grupos de antibalaka- hicieron sonar sus armas en varios lugares del país para amedrentar a la gente que se quedaran en sus casas. En Bangui hubo ese día cinco muertos y 30 heridos, sobre todo en el bastión musulmán del Kilómetro Cinco. A pesar de todo, al día siguiente la gente –con más protección por parte de las fuerzas de Naciones Unidas- volvió a la calle para votar desafiando las amenazas de los violentos. Esta semana se han conocido los resultados, que otorgan algo más del 90% al “sí”. La participación nacional fue baja, apenas del 38 por ciento.
El día 27 tendremos la primera vuelta de las elecciones presidenciales y legislativas. Esta vez, todo parece indicar que las cosas se desarrollarán en un ambiente mucho más pacífico. El señor de la guerra Nouredine Adam, que ha tenido que salir de Centroáfrica con el rabo entre las piernas, acaba de decir que sus hombres esta vez no interferirán con el proceso electoral. Y los antibalaka, que son en su mayoría fieles al antiguo presidente François Bozizé –derrocado por la Seleka en marzo de 2013- parece que tendrán razones para estar más tranquilos después de que el partido político de su jefe –conocido como el “Kwa na Kwa”- haya declarado su apoyo a uno de los principales candidatos, Anicet Georges Dologuelé. La campaña electoral empezó el 12 de diciembre y hasta la fecha todo ha transcurrido de forma muy pacífica y sin incidentes graves. Yo mismo he podido acudir a algunos mítines de campaña de varios candidatos y hablar con algunos de ellos. Ni enfrentamientos entre militantes de partidos rivales, ni actos de sabotaje, ni intimidación… todo muy normal en Bangui, donde la música atronadora de los altavoces portados por camiones que portan grandes retratos de los presidenciables inunda estos días las calles e incluso anima las noches, que hasta la fecha estaban selladas por un inquietante silencio sepulcral desde que se declarara el toque de queda… que ahora todos parecen haber olvidado.
Es curioso. Recuerdo cómo hace apenas tres meses todo el mundo con quien hablaba en Bangui me decía que organizar las elecciones sería imposible y que incluso si pudieran tener lugar no servirían para resolver ningún problema, dado que el país está dominado por varias milicias cuyos señores de la guerra hacen la ley a su antojo. Ahora, en cambio, la gente parece ver las elecciones como la primera puerta para salir de la crisis para que el país empiece a normalizarse.
Por lo demás, la gran mayoría de la gente en Bangui es muy pobre y pocos lujos navideños pueden permitirse, sobre todo las aproximadamente 50.000 personas que siguen viviendo en campos de desplazados de la ciudad, muchos de ellos en recintos de iglesias y en las proximidades del aeropuerto internacional. Hay muchos casos de personas desplazadas que no pueden volver a sus casas porque éstas han sido incendiadas y no tienen un hogar que les acoja.
En algunas de las avenidas del centro de la ciudad se extienden algunos improvisados tenderetes donde los vendedores ofrecen sencillos belenes de madera y algunos juguetes de segunda mano, sobre todo peluches. Un niño al que sus padres puedan permitirse regalar uno de ellos podrá considerarse muy afortunado. La mujer que me lava la ropa me dijo hace algunos días que está muy contenta pensando en que el día de Navidad podrá beber ¡una botella de cerveza!, un lujo que solo se permite muy de vez en cuando. Tan poco a menudo como tener un día en paz y sin miedo.