Caja negra con un final
Aquiles Cuervo
“...Y suena tu música en la pantalla / sos el ángel inquieto que sobrevuela / la ciudad de la furia...”. Luis Alberto Spinetta a Gustavo Cerati, diciembre de 2010 (cerati.com)
El 15 de mayo se cumpliría un año de un Viaje-sin-final. El 15 de mayo nos volveríamos a ver. Un 15 de mayo... repetir esta fecha tres veces suena más a tango que a rock and roll, pero qué le vamos a hacer. Los dos habíamos llegado un par de días antes a Buenos Aires como pasajeros-en-trance. Cada uno había llegado por una vereda diferente. El ritmo de nuestro pasos (casi digo, de nuestros ojos -http://www.youtube.com/watch?v=rfBDBTfJtAY ) estaba marcado por el olvido. Por un olvido que duraba ya seis años.
Mientras ella y yo, cada uno en su respectivo Hotel Morrison (http://www.youtube.com/watch?v=-NSz-9qqgKE) de la Calle Rivadavia, nos mirábamos en un espejo (con vista al Mar) como David Bowie en su canción Thursday’s child, en la Clínica ya se congregaba una jauría de periodistas y unos mil doscientos fans. La mañana pintaba más nublada que de costumbre para esta época del año y las motos cruzaban la avenida a mil, como siempre pasa en las canciones de Seru Girán (http://www.youtube.com/watch?v=8GO6zfMlQmw)
Ninguno de los dos tomó un ómnibus ni un taxi. Caminamos. Caminamos bajo la tímida lluvia que empezaba a empantanar a Buenos Aires de viejos poemas de Carriego y de Pizarnik. Yo me sentía como Torito, aquel inoxidable boxeador de Cortázar y vaya uno a saber si ella no se sentía como Virginia Woolf. El aire enrarecido de ese 15 de mayo nos hacía respirar una atmósfera que habíamos amado una década atrás, cuando vivíamos juntos en una Bogotá-cinema-insostenible.
El rock nacional, el viejo rock progresivo que nos hacía Invisibles en la ciudad, que nos camaleoneaba a punta de tangos feroces y milongas acompasadas estaba detrás de nosotros (y no solo de nosotros). Las bandas eternas eran nuestro único consuelo en estos días sin technicolor. En youtube pasábamos días enteros –cada quien por su cuenta y riesgo- viendo videos de acetatos que giran y giran y yiran y yiran sin parar: “no se va a llamar mi amor...”. Algunas canciones envejecen mejor que otras. No pasa lo mismo con las personas, ¿o si? La verdad es que ya no lo sé y eso que hubo un tiempo en el que pude jurar que si. Creí que yo empezaría a envejecer pronto, como un bolero falaz cualquiera. Ahora ya no lo sé. Creí que yo envejecería más rápido que ella. Incluso creí que moriría primero que ella. Y eso que alguna vez, cuando todavía estábamos juntos, los dos soñamos con algo semejante: cada uno por su cuenta soñó una escena casi salida del mismo escenario: una cabaña en la que un viejo ermitaño pasaba sus últimos días y recibía la visita de una mujer a la que no veía desde hacía muchos años. Solo se reconocían a través de las manos. Se tomaban y se tocaban las manos y lloraban un rato. Al fondo había un lago (“un lago en el cielo”: (http://www.youtube.com/watch?v=Uc2cq4ySHxI)
A las cinco de la tarde llegué a la Clínica. Una enfermera con una inmaculada bata blanca tomó un micrófono y leyó un lacónico parte médico en el que no se anunciaba ninguna novedad. Hubo un silencio espectral, visualmente insoportable. De un auto cercano llegó una melodía que todos reconocíamos: era una canción amarilla, una canción que hablaba de un G. Adrián. C. Clark y de su Avenida Alcorta. Adentro del coche estaba ella, con sus gafotas oscuras y sus collares rojos. Vestía de negro como siempre y sus labios estaban más pintados que de costumbre. Poco a poco todos se fueron yendo a sus casas y cuando cayó la noche solo quedamos ella y yo. Después de quince canciones se bajó del carro. De fondo sonaba Planta de Soda Stereo (http://www.youtube.com/watch?v=GcfEBroI8AE). Me vio de lejos y vino hacia mí. Quise pensar en el sueño de los dos viejos en la cabaña, pero no pude hilar las dos imágenes. Me besó como alguna vez lo hiciera en un embalse dionisíaco que yo bauticé con una canción (más) de Cerati: “Bocanada”. Me besó sin cerrar los ojos y sin mirarme. Me besó mirando hacia el cuarto 1990 de la Clínica y sentí como su piel trasmitía un orgasmo en cámara lenta. Su cuerpo se adhirió a mí durante los cuatro minutos de ese sueño stereo y luego se fue. Mientras el Citroen aceleraba alcancé a oír los acordes de la canción “final caja negra”...(http://www.youtube.com/watch?v=H2bStljhdno)