Cuando, como es mi caso, uno va camino de los 52 tacos y se despierta una mañana en su cama con la única compañía, y gracias, de un osito de peluche que responde al nombre de Bert, tal y como se puede apreciar en la fotografía, tienes un serio problema.
Bert es, aparte de mis viejos, la única persona que nunca me ha dejado tirado. Le conozco desde el crudo invierno del año 89, cuando París era una ciudad tomada por la nieve y las luces de navidad y yo ni siquiera era escritor. Estaba de pie, al lado de un libro de arte sobre Van Gogh, en un tenderete bajo los soportales de las Galerías Lafayette. Bert, de aquella, era todavía aviador y lucía un hermoso gorro negro de plástico barato. Qué quieres... Se vinieron conmigo a Gijón, los dos, Bert y Van Gogh, en un viaje infernal en autocar por carreteras de agua, hielo y nieve. Desde entonces, Bert ha estado presente en todas y cada una de mis rupturas sentimentales. Y a mí las mujeres siempre me abandonan en invierno, cuando más necesito su calor. A Bert también. La última, una osa parda tremenda, se fue unos días antes que mi última mujer, dejándole a cargo de ...
No me digas que no es una auténtica preciosidad ese pequeñajo, eh? El osito recién nacido de Bert... El caso es que cuando uno convive con osos, ya sean de peluche o no, uno tiende a adoptar sus costumbres, es decir, que los tres vamos a ponernos a invernar durante un tiempo, tiempo indefinido, horas, días, ya veremos... No obstante yo saldré el próximo viernes, que tenemos Jam de Poesía en La Revoltosa, la primera Jam del 2016:
Feliz 2016 :-)
PD las 15:05: Tengo un problema más serio de lo que pensaba. Llevo desde el año 89, casi 26 años, pensando que mi osito Bert era un oso. Pero esta mañana, gracias a Noelia y a Carmen, me entero de que no es un oso sino un perro. Para mí siempre será ya un oso. Pero ahora surge otra cuestión. ¿Cómo le digo a Bert que el pequeñajo no es hijo suyo? Y encima, con el calor que hace, qué quieres que te diga: Cuesta mazo hibernar.