César Pérez Gellida: "Cuchillo de palo"

Publicado el 03 noviembre 2016 por Juancarlos53
De Pérez Gellida leí con mucho gusto no hará ni seis meses "Sarna con gusto", el primero de la trilogía "Refranes, Canciones y rastros de sangre". El segundo de esa misma serie es el que acabo de finalizar, "Cuchillo de palo", y mi impresión sobre el mismo ha sufrido variaciones según avanzaba en su lectura. Esta variabilidad en el juicio seguramente se haya debido a ser ya conocedor del 'estilo Gellida' y quedar sorprendido por la deriva de la historia en esta novela. Pero Gellida es mucho Gellida y sabe dar  al relato los giros precisos en los momentos adecuados, de modo que consigue salir airoso de esta novela en la que parecía a punto de precipitarse por un sendero delicado. Al menos a mí, ha logrado convencerme.
SinopsisTras ser apartado del Cuerpo, Sancho ha resuelto dedicarse al suyo entregándose a los placeres de la carne en el lugar más apartado de sí mismo que ha logrado encontrar. Pero no hay rincón donde esconderse cuando es la desventura quien persigue. Paralelamente, Erika, Ólafur y su nuevo compañero, el arcángel redimido, Uriel, emprenden la obstinada persecución de los miembros de la infame organización criminal conocida como la Congregación de los Hombres Puros. Su objetivo no es otro que alcanzar la cúspide, pero la escalada les deparará una serie de riesgos que ni siquiera han sido capaces de evaluar
Mi impresiónLa novela me ha sorprendido en muchos momentos y por muchos motivos. El primero, sin lugar a dudas, es encontrar a Ramiro Sancho viviendo en Vigo una vida desordenada y totalmente caótica fuera de la policía dado que como cualquier lector de "Sarna con gusto" sabe está expedientado por el mal resultado del secuestro de la hija del concejal vallisoletano Zúñiga. Por ello no extraña verle vivir sin ser policía aunque sorprende mucho encontrarle tan relajado en todos los aspectos. 
Pero la principal sorpresa es que en esta narración pase a primer plano la trama de la Congregación de los Hombres Puros, asociación que ya aparecía en la novela anterior aunque relegada a un lugar secundario que, -la verdad, todo hay que decirlo-, no se entendía muy bien qué pintaba allí. En el comentario que hice de "Sarna con gusto" [leer mi opinión aquí] escribí que la trama de "la organización secreta queda abierta a una clara continuación que, a buen seguro, se nos dará en las siguientes novelas  de la trilogía". Y en efecto mi sospecha se ha confirmado pues en "Cuchillo de palo" esta Congregación de corte masónico ocupa el grueso de la narración. Hasta tal punto tiene protagonismo en la novela que en ocasiones la propia peripecia del inspector Ramiro Sancho queda tan en un segundo plano que casi casi llegué a pensar que quizás Gellida en esta entrega hubiera decidido abandonar de una vez por todas el hilo narrativo del policía pucelano. ¿Os lo voy a aclarar? Pues naturalmente que no, tendréis que leer la novela para ver qué sucede. Es lo que tiene leer un thriller que siempre hay suspense, dudas y tal.
De las dos tramas yo os confieso que prefiero, ¡y con mucho!, la que se centra en Sancho; la otra, la de los denominados Hombres Puros, no me agrada tanto pues tiene un tufillo mistérico-gótico tipo Código da Vinci, que por momentos se me hizo difícil de soportar. Pero ya digo que Gellida es mucho Gellida y se da cuenta en un momento de la historia que la novela se le está yendo por esa gatera y busca remedio rápido que coloque las cosas en su sitio. La solución, claro, no es otra que no olvidar por tanto tiempo a Sancho, y hacer que las dos tramas, como ya hiciera en la primera novela de esta su segunda trilogía, confluyan de alguna manera. Menos mal. Para mí en ese momento la novela remonta el vuelo y el confusionismo originado por los cargos y nombres secretos de los diversos miembros de la Congregación se pierde o, al menos, gana en claridad. La nomenclatura de arcángeles, custodios, guardianes, centinelas, el simbolismo de la organización en círculos siguiendo la 'Divina Comedia' de Dante, el denominado Cartapacio de Minos, etc. y su correspondencia con los nombres reales de estos o aquellos personajes, al menos a mí, me ha supuesto una confusión mental de tal nivel que me impedía disfrutar como era debido del ritmo y suspense narrativo tan característicos del autor. 
  • "—Los arcángeles menores —prosiguió Keergaard—, Zadkiel, Jofiel, Samael y Uriel, atendemos las solicitudes de servicio que nos llegan de los guardianes y centinelas. Las de los custodios se encomiendan directamente a los arcángeles mayores, Gabriel, Rafael y en ocasiones muy excepcionales a Miguel."
  • "Con tanto orgullo como lo hacía al vestirse la túnica de la Congregación de los Hombres Puros. Primero la de centinela, luego la del guardián Cepheus, prenda que pasó a manos de su nieto, su padre, y que este había cambiado por la del custodio Flegias.
Sin lugar a dudas este ambiente mistérico, lleno de arcanos, incidiendo en tópicos sobre la masonería propios de la novela gótica, construyendo por momentos un thriller al modo de Dan Brown es lo que me ha sorprendido negativamente, y creo que el propio autor ha sido consciente del riesgo que estaba corriendo.
"¿O piensas que vas a encontrar El Cartapacio de Minos? Nadie, excepto el Gran Maestre, sabe dónde está y te aseguro que moriría antes de revelarlo. En aquel momento aquello me sonó a novela de Dan Brown y a mí eso de jugar al mapa del tesoro nunca me había llamado la atención."
Ya he dicho que César Pérez Gellida logra conjurar el riesgo dando un giro sorprendente, y exitoso, a su narración en un momento dado. Pero con todo y con eso, el novelista debía de seguir con la mosca detrás de la oreja y, quizás por ello, considera necesario la "Nota del autor (definitiva)" que incluye al final del relato aclarando que la Masonería no es eso que aparece en muchas novelas y que él ha usado en la suya también:
"En mi deseo por vestir esta asociación criminal, opté por usar ropajes de corte masónico y ocultista con el único propósito de hacer más tangible una organización del todo ficticia. No querría que este atuendo le llevara a pensar, estimada lectora o lector, que la masonería es algo pernicioso o que le lleve a confundir este tipo de agrupaciones -que aún hoy día conviven en nuestra sociedad en todos los rincones del planeta y cuyos miembros se cuentan por millones- con sociedades secretas de corte siniestro o, peor aún, con sectas religiosas. Nada que ver"
Que el autor se vea impelido a hacer esta aclaración creo que dice mucho del riesgo que ha corrido al tocar, siquiera haya sido de refilón, esta modalidad de narración. Pero ya digo que él mismo recoge velas y, todo hay que decirlo, lo hace a las mil maravillas. Esto ya es motivo sobrado para leer esta novela.
Lo más destacable
Las principales características señaladas en la reseña que hice a "Sarna con gusto" sirven para "Cuchillo de palo". Los personajes principales son los ya conocidos por el lector (Ramiro Sancho y sus compañeros de Valladolid, el inspector islandés Ólafur Olafsson, Erika Lopategui y otros ya citados en la primera de la trilogía) a los que se añaden otros cuyos nombres no voy a citar aquí pero que tienen mucho que ver con los espacios geográficos, en esta ocasión muy cosmopolitas,por donde discurre la novela: Budapest, Nigeria, Vigo...
La música sigue teniendo mucha relevancia en esta novela. Ya sabemos que a Sancho le gusta mucho el sonido de los 70, 80 y 90, y  "Cuchillo de palo" tiene una banda sonora que va de los Doors a Fito & Fitipaldis pasando por un buen número de magníficos grupos de rock y temas señeros. Los nombres de muchos grupos españoles aparecen citados en el relato:
 "Los que están pegando son Vetusta Morla, Supersubmarina, Lori Meyers, Sidonie, Love of Lesbian y, cómo no, mi paisano, Iván Ferreiro."
Al final de la novela el escritor incluye los títulos de los temas que componen la banda sonora de la misma. Es la siguiente:

El universo literario de Gellida es grande. Además de mencionar a autores como Coelho, QuevedoEdgar Allan PoeDan Brown o J. R. Tolkien, también en los intertextos literarios hace referencias a obras propias. Así al menos he creído verlo cuando se refiere a "Benjamin Harding, un norteamericano perteneciente a la NSA", que nos lleva a su novela distópica "Khimera"; o cuando haciendo gala de su gran sentido del humor alude a un  "autor debutante de una novela cuyo título en latín no logro retener en mi memoria". Él mismo puso a las tres obras de su primera trilogía títulos en latín ("Memento mori", "Dies irae" y "Consumatus est"). E incluso el propio Ramiro Sancho sitúa un hecho personal en un pasado que los adictos a Pérez Gellida reconocerán si han leído "Memento mori"
"Fue horas antes de salir de la prisión de Sremska Mitrovica, en Serbia, donde me encerraron de forma preventiva a la espera de esclarecer las muertes de Orestes y Carapocha. Hacía casi dos años de aquello y no lo habría hecho de no verme en la obligación de afeitarme"
En la órbita culturalista que pergeña la novela el Cine también aparece no pocas veces citado. Así sucede con la alusión a "Las aventuras del barón Münchhausen" muy conocida por sus versiones cinematográficas (la última de Terry Gilliam, ex miembro de los Monty Python, en 1988) aunque en principio es un relato del ilustrado alemán Rudolf Erich Raspe (Hannover, 1734 - Irlanda, 1794).

César Pérez Gellida. - Foto: Ical


Por último quisiera llamar la atención al vocabulario y/o léxico empleado por el escritor. En esta narración he notado el uso de expresiones más en la órbita bonaerense que en la del castellano propio de un vallisoletano. Me refiero a términos como "predominancia", "muy en cambio" y otras de este tenor que no son incorrectas pero sí algo extrañas en nuestro país. Yo lo relaciono con que el escritor, aunque nacido en Valladolid, actualmente reside en Buenos Aires (Wikipedia dixit).
En otro orden de cosas, en esta novela Gellida sigue haciendo uso en ocasiones de tecnicismos muy llamativos. como ya hiciera en "Sarna con gusto". Así por ejemplo utiliza la expresión "pirámide de Maslow" para referirse a las necesidades humanas en un cierto orden jerárquico, "palabras parónimas" cuando corrige el castellano de un extranjero nigeriano, "posición Weaver de disparo" para describir un gesto típicamente policial, o "ataxia de Friedreich" que formula Erika Lopategui al recordar la enfermedad neurodegenerativa que padeció su padre. También, sin duda alguna, el uso de refranes y de proverbios utilizados para encabezar los capítulos y el propio título de la novela podría considerarse como formando parte de este lenguaje técnico dado que las nuevas generaciones desconocen en gran medida la riqueza encerrada en este acervo lingüístico tradicional.