Los flirteos de Sfar con el cine parecían habernos robado a uno de los artistas más sugerentes e importantes que ha dado la historieta francesa en las últimas décadas. Pero aunque sus ya legendarias inconstancia y prolífica capacidad creadora se veían tentadas por el séptimo arte, Sfar vive y piensa en tebeos, por lo que sólo era cuestión de tiempo que las veleidades cinematográficas dejaran paso a nuevas incursiones del autor en la historieta.
Todo sin perder el foco en las constantes temáticas del autor: el tratamiento temático de la iconografía judía que hacía Chagall en sus pinturas (desde elementos del Klezmer al teatro judío) es aprovechado por Sfar para hablar de nuevo sobre el judaísmo, sobre la represión del pueblo judío o sobre la religión, pero también para entrar en una profunda reflexión sobre el arte y su necesidad vital, en la compleja pulsión que el artista siente y que transforma la realidad que le circunda.
Pero donde Sfar vuelve a demostrar todo su potencial es en su innata capacidad para la fusión, que transforma a Chagall en un personaje más de la particular iconografía sfariana con una naturalidad sorprendente, absorbiendo la estética del pintor (ya presente en muchas de sus acuarelas) para transformar su dibujo y su narrativa. Las páginas de Chagall en Rusia son evidentemente Sfar en estado puro: es reconocible en cada trazo, en cada viñeta, pero también son Chagall. Desde ese tratamiento de la ingenuidad del personaje que se contagia a lo gráfico, desde esos sutiles cambios de estilo que nacen de la obra del pintor: no es difícil reconocer mientras leemos esta obra elementos pictóricos del bielorruso, pero completamente reescritos y asimilados por el lápiz del francés, que se alía con la colorista Brigitte Findakly para introducir la paleta cromática de la obra de Chagall en las viñetas.
Chagall en Rusia es un nuevo regalo de Sfar a sus lectores, una fiesta alegre y entusiasta que arrastra al lector en esa visión apasionada, casi arrebatada, de la vida y el arte.
La edición en España corre a cargo de 451 editores, que certifica con esta obra su apuesta por la novela gráfica, pero aunque su calidad de reproducción es excelente, debería haber cuidado más la rotulación: la caligrafía de Sfar forma parte intrínseca de su estilo gráfico y cualquier desviación del original, por pequeña que sea, se amplifica instantáneamente.