Hace un tiempo recordé en este blog el derecho que tenemos a blasfemar, según Voltaire. Pero, si aún ese derecho no nos asistiera, ¿es el asesinato un castigo proporcionado a tal ofensa? y ¿puede una ofensa dirigida a seres divinos o a sus profetas o santos ser castigada por simples seres humanos? ¿no es eso usurpar funciones divinas?. ¿No debería la religión, cualquier religión, respetar ante todo y sobre todo la vida humana? Sebastián Castellio se enfrentó valientemente a la intolerancia de Calvino, asesino en nombre de la religión, y dejó, entre muchas otras, una frase inmortal: matar a una persona para defender una idea no es defender a una idea, es matar a una persona. ¿Vamos nosotros a ser menos que Castellio? Defendamos también, ante todo, la vida humana, y la libertad. Por la libertad, que es sagrada, más sagrada que cualquier religión, y por la vida, lo más sagrado que existe, llamo a los pueblos y a los gobiernos de Europa a resistir todo tipo de fanatismo que se coloque por encima de la libertad y de la vida. Y les llamo, también, a no dejarse llevar por el miedo o por la ira. Que no se culpe a todos los musulmanes, que impere la justicia y no la venganza, que la guerra sea sólo contra los violentos, contra los fanáticos. Que la sangre en el rostro de Europa no engendre víctimas inocentes. Que no haya noches de cristales rotos.
Doce muertos en un atentado en la sede del semanario que publicó las viñetas de Mahoma