Charlie Moon es un muchacho en ese umbral que separa la infancia de la adolescencia. Aunque los autores eligieron como marco geográfico-temporal del tránsito a la madurez de Charlie la Gran Depresión norteamericana por razones meramente comerciales (facilitar la venta del cómic a otros países), lo cierto es que fue una decisión acertada. Los años treinta fueron tiempos duros que, a su vez, supusieron un cambio social radical en todos los ámbitos: económicos, por supuesto, pero también culturales, psicológicos, artísticos… una evolución de la despreocupada infancia de la década de los veinte a la cínica madurez de los treinta, un paso adelante para el que no hubo marcha atrás.
Lo cierto es que Charlie Moon no tiene una personalidad definida. No sabemos nada sobre su pasado y poco sobre su presente. No parece tener familia y sobrevive a base de pequeños trabajos como recadero, mozo de granja, repartidor de periódicos… a cambio de los cuales obtiene alojamiento y comida. Lo que sí vemos es que aún conserva el brillo de la inocencia infantil, inocencia que poco a poco va desvaneciéndose conforme sus grandes ojos absorben todo lo que acontece a su alrededor. En realidad, el papel de Charlie es el de sencillo testigo a través del cual podemos contemplar pequeñas escenas cotidianas que sirven de escaparate de algunos de los más detestables aspectos de la naturaleza humana. Su mirada todavía honesta nos permite recordar lo que, a fuerza de vivirlo diariamente, tendemos a olvidar: que la sociedad que hemos construido es injusta, violenta e inhumana.
En las cinco historias de que consta el álbum, Charlie sufrirá la decepción de un niño que ve la auténtica cara de sus héroes de infancia (un trompetista de jazz, brillante pero alcoholizado y cruel); contemplará la hipocresía, racismo y violencia que anidan en cualquier comunidad; las frustraciones derivadas del despertar sexual; las mentiras escondidas tras la amistad; la feroz explotación del débil… En la segunda historia, Charlie aprende a su pesar una de las principales lecciones: no es a los muertos a los que hay que temer, sino a los vivos. De la misma forma que Mark Twain hizo madurar en sus novelas a sus hijos literarios, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Trillo y Altuna hacen lo propio con Charlie Moon, si bien no apoyándose tanto en el humor como en la decepción y la amargura.
En este sentido, Altuna realiza un trabajo sobresaliente. Gran amante de la cultura popular norteamericana, se sirvió de libros de fotografías contemporáneas para ambientar minuciosamente esas historias enmarcadas en pequeñas y anónimas poblaciones del interior del país. Automóviles, carteles publicitarios, tiendas, bares, vestimentas, paisaje urbano… están recreados con un convincente realismo en blanco y negro. Altuna es un magnífico observador, capaz de plasmar con acierto cualquier cosa: desde algo tan amplio como un paisaje a tan íntimo como una pequeña habitación, gentes de toda edad y tipo racial, nunca conformándose con recurrir a atajos y moldes que le permitan ahorrar trabajo.
Por otra parte, limpia aquí su trazo con respecto a obras anteriores, restringiendo el uso de masas de negro y optando por las tramas mecánicas para dar volumen y sombreado. Llama también la atención la ausencia de textos de apoyo y globos de pensamiento, recayendo todo el peso expresivo en el dibujo. En este sentido, tan minuciosa como la ambientación es la planificación de Altuna. Su habilidad en la dosificación de esos silencios mediante el ritmo narrativo, los juegos de miradas y la utilización de encuadres y angulaciones, anima al lector a realizar una lectura activa, siendo él quien deba imaginar lo que pasa por la cabeza de Charlie y llegar a sus propias conclusiones.
“Charlie Moon” es una pequeña gran obra. Serena, humana, atemporal, sin comienzo ni final y gráficamente brillante. Un clásico, puede que menor, pero clásico sin duda.