Charlie Parker con cuerdas

Por Calvodemora


Debo tener discos como para escuchar uno diferente al día en los próximos treinta años. Hay días en los que el trasegar con las cosas me priva del tiempo necesario para la ingesta de uno solo de esos discos. Se me ocurren varias formas de subsanar esta paradoja. La primera consistiría en tomar con firmeza la determinación de no continuar alimentando la colección, pero cuesta evitar la tentación de estar al día, de no saber cómo es el último disco de Bruce Springsteen, High hopes (una especie de combo sin orden en el que rebusca en el baúl de los desechos para que la máquina de llenar estadios siga funcionando) o el de Paul McCartney, New (un afirmación de talento, un legítimo regreso a la raíz cartesiana del ritmo) De verdad que no soy capaz de vivir ajeno a estas golosinas livianas. El problema está en no saber imponer un orden o incluso el problema está en no querer imponerlo. Es posible que ni exista disfrute cuando se van acumulando los discos que escuchar, los libros que leer, todas esas cosas hermosas que nos hacen sentir más adentro la felicidad o la alegría, no sé bien con qué quedarme. Tengo un  buen amigo al que no le preocupan estos asuntos: los considera cavilaciones burguesas, de la criatura ociosa en la que me siento bien y a la que saco a paseo en cuanto puedo. No hay cosa en el mundo que me gusta más que afincarme en la barra de un bar y charlar sobre 12 años de esclavitud, esa cosa inasible que Steve McQueen ha hecho sobre la negritud. Entre El mayordomo y este oscarizable (y débil y vacío) compendio de videoclips, están destrozando un género noble, que deparó films remarcables (Django desencadenado, Ben-Hur, Espartaco, Lincoln, por poner las primeras que se me ocurren) En realidad no nos importa que destrocen géneros: solo queremos que nos distraigan, sentarnos de noche en el sillón favorito, ir al cine los viernes por la noche, charlar después (si encarta) del buen o del mal rato que pasamos frente a la pantalla. No duele que el cine español flaquee, exhiba una deriva alarmante, no concite ni siquiera el apoyo sentimental (no ya económico) de la platea patria. No duele que Billy Joel, tan grande, no publique nada desde el 93, salvo piezas de otros (sublime To make you feel my love, mejor que la de Bob Dylan, o se marque un rock and roll frente a Obama y Carole King) Solo importa la restitución del placer, la sensación de que siempre puede uno acudir a un disco de jazz de entre los miles que reposan en las baldas, pero ni eso cuenta cuando es más cómodo (aunque uno aprecie todavía el punch sonoro, cierta fidelidad audiófila que da el bendito transporte de un buen CD) enchufar el spotify y no tener que subirse a la escalera de mano para dar con Charlie Parker with strings. Es como dejarlo todo correr un poco. Dejarse caer en el sillón de orejas después de haber trabajado todo el día. Dejar que las cuerdas te vayan conduciendo a otro lugar. Dejarse perder un poco. Volver después, quién sabe, siendo otro.