Seguramente soy un sectario, pero yo pienso que sólo soy un tipo que juzga a las personas desde una óptica global.A mi, la habilidad con la pelota de Cristiano Ronaldo no me impele a perdonarle sus defectos como persona. Cristiano puede tirar los golpes francos mejor que nadie y sus regates pueden ser preciosos pero como persona me parece absolutamente deplorable.Que Vargas Llosa escribe bien es indiscutible, a pesar de que yo no haya podido nunca terminar de leer la novela que lo lanzó a la fama, “La ciudad y los perros”. Sí que leí con gran interés “La tía Julia y el escribidor”. Es la última que le leí porque, desde entonces, este señor inició un camino político que me parece aún más detestable que los desplantes y payasadas de Cristiano.A lo peor, alguno de aquellos condenados en Nuremberg, era un magnífico violinista en su intimidad, vaya usted a saber, pero lo que le calificó definitivamente fue su condición de criminal de guerra y sus delitos contra la humanidad.Las ideas políticas de Vargas Llosa, para mí, son tan detestables que anulan por completo su habilidad para tirar los golpes francos o para tañer el violín en su intimidad.Este hombre es escritor, como yo, él dice que escribe todos los días, yo, también, él quiere hacerse aún más rico con lo que escribe, a mí me parecería inmoral cobrar por hacer lo que más me gusta en el mundo, los resultados están a la vista, hoy, no sé cuál periódico saca en sus páginas unas fotografías de la casa que este señor tiene en Nueva York y creo que es para desmayarse de su magnificencia; en las páginas en las que El País publica sus artículos figura el “copyright” más asqueroso que yo he leído nunca: éste tío ama tanto “su propiedad”que prohíbe que lo que se publica en dicho diario pueda siquiera mencionarse en otro ni citando su procedencia, o sea, es el delirio propietario más canallesco del que nunca jamás haya tenido noticia yo, lo suyo, para este señor, es tan suyo, que no quiere que los demás disfruten de ello, ni siquiera para su gloria, si antes no pasan por taquilla. Es precisamente la misma razón por la que admiro a Chávez.Chávez es histriónico, chabacano, excesivo, no tiene ni idea de la medida, es lo más antiestético que he visto nunca, pero cree en lo mismo que creo yo y que es algo esencialmente antielitista:para él, todos los hombres somos iguales y los sempiternamente desheredados por la fortuna son, si es posible, más iguales que los otros. Tan iguales son todos los hombres para Chávez, que está dispuesto a que todos ellos tengan los mismos derechos sobre el suelo de Venezuela, de tal modo que no respeta la propiedad privada del territorio nacional y expropia todo lo que puede a favor del pueblo al que representa.Como se ve, es abismal la diferencia entre uno y otro personaje, entre el patán que está dispuesto a afrontarlo todo por los que son como él, de su propia carne y de su propia sangre, y el escritor elitista que siente una tal repugnancia instintiva por el pueblo que se ha buscado una residencia de acero y cristal en los rascacielos de Nueva York.Se trata de comparar, y para mí no es odiosa sino todo lo contrario, esta comparación de la estética con la justicia.La estética es una virtud de espíritus refinados, de gentes selectas que, no sólo viven aislados en sus torres de oro y marfil, sino que se niegan rotundamente a que la plebe pueda leer lo que ellos piensan, lo que ellos escriben, si antes no pasan por taquilla.Quizá fuera por casos como éste, por lo que Jean Paul Sartre, cuando le dieron el Nobel, le dijo a la Academia Sueca que se metiera su premio por donde le cupiera. Qué casualidad, Sartre, como Chávez, también era comunista.