Check-in demon iv

Publicado el 13 julio 2024 por Luismi

RONDA NOCTURNA

Tras despedirse de Nuria, Emiliano, empujó la puerta abatible que había junto al montacargas para encontrarse de frente con uno de los almacenes y a su derecha, las escaleras de emergencia.  Aún con la sonrisa marcada en su cara, comenzó a bajar los escalones mientras sacaba su linterna del cinturón.

Podría recorrer el hotel completo con los ojos cerrados,  pues no existía un rincón del mismo que le faltara por explorar. A pesar de ello, nunca estaba de más un haz de luz para evitar tropezar con los objetos que los trabajadores podrían haber dejado por enmedio.

Antes de posar su pie derecho en el suelo, sintió una humedad y un vapor fuera de lo común. Decidió encender la linterna y comprobó que el agua le cubría por encima de los tobillos. El vapor del ardiente líquido le impregnó el rostro y mientras enfocaba con su linterna en derredor de la oscuridad vio que a su derecha,  donde estaba la puerta de acceso al parking y a su izquierda,  se movían un par de carros de acero llenos de ropa de cama dobladas y otros tantos de toallas.

Tras éstos estaba la puerta que llevaba al pasillo de las cámaras y cuartos fríos…estaba abierta. Producía un ruido, un chirrido constante en su vaivén. La puerta bailaba al compás de la corriente del agua.

No era la primera vez que se le había dado el caso de que alguna tubería reventara y empezara a inundar el sótano u alguna habitación,  pero sí la primera vez que el nivel había llegado tan alto. Era extraño que la alarma de incendios no se hubiera activado con el vapor, porque el agua estaba casi ardiendo. Cambió la linterna de mano y sacó su móvil del bolsillo derecho, mientras la luz hacía brillar las losas blancas de la pared horriblemente decorada con una cenefa amarilla y mosaicos florales en algunas.

Frente a él estaba la puerta de un despacho cuyo cartel rezaba «Gobernanta». La puerta también estaba abierta. Entró, cogió el teléfono y marcó la extensión de recepción para que Eduardo llamase al encargado de mantenimiento y solucionara aquel desastre.  Tras el segundo tono, descolgaron el teléfono y una voz femenina le atacó al oído.

– ¿Oiga? Por favor ¿Pueden llamar la atención al huésped que tienen alojado en la habitación de al lado? Está gritando y ha roto algo. No es por nada, pero éstas paredes parecen papel…

– Disculpe…- comenzó Emiliano ante la sorpresa- ¿Me podría indicar su número de habitación? La pantalla de la centralita se ha quedado bloqueada-mintió- Enseguida subiremos para ver qué ocurre y solventarlo a la mayor brevedad posible.

– Mi nombre es Rosana Cuevas y estamos alojados en la habitación dosmiltrescientos…【¡¡POM!!]

Emiliano escuchó y le pareció sentir un fuerte golpe, el grito ahogado de la huésped y la llamada se cortó.

– Ésta va a ser una larga noche-se dijo a sí mismo y colgando el teléfono.

Miró el móvil y tomó nota mental para luego rellenar el parte de incidencias.  Pensó que debía de haber algún problema con las líneas que habían desviado las llamadas a la habitación.  Decidió subir por el parking subterráneo cuyas escaleras accedían directamente a recepción para informar a Edu cuanto antes del desaguisado.

Se giró a su derecha y un lejano llanto a sus espaldas le hizo detenerse en seco. Las ondas sobre la superficie acuática se alargaron hasta desaparecer alrededor de sus pies. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta de las cámaras. Al empujarla, el sensor de luz se activó, pero el largo pasillo se iluminaba intermitentemente. Guardó el móvil y se enganchó la linterna en el cinturón  del uniforme. 

Aquella luz de discoteca le parecía suficiente para recorrer el pasillo. Entró, entornó los ojos y afiló sus sentidos. Un escalofrío recorrió toda su espalda. La situación no le gustaba en absoluto y un bulto negro medio flotaba junto a la última cámara. Al fondo. ¡Qué calor! No parecía una bolsa de basura y empezó a correr, chapoteando, salpicando, dando grandes zancadas. En menos de 5 segundos dejó atrás los dos cuartos fríos y las siete cámaras frigoríficas.

Era un cuerpo vestido de negro.

– ¡Dios! ¡Gabriel!-exclamó, mientras se agachaba para intentar socorrer al camarero.  Su terror era que hubiese fallecido,  pero Emiliano cayó de culo sobre el agua caliente cuando volteó a lo que quedaba de Gabriel.  Al camarero le faltaba medio rostro y parte de un costado. Algo rozó su mano izquierda y enseguida lo atrapó con su mano derecha…el dedo corazón de Gabriel. Emiliano estaba empezando a mosquearse. Volvió a escuchar el llanto, ahora más cerca, tras la puerta del comedor de personal que tenía frente a sí.

Con un simple impulso, dejó caer el dedo, se puso en pie y abrió la puerta,  saltando por encima del cuerpo inerte. Se detuvo, dio la vuelta rezando porque los cocineros hubieran olvidado cerrar con llave las cámaras. Tras probar dos, consiguió abrir una tercera, que por culpa del agua costaba un poco más de esfuerzo, pues llegaba ya casi por las rodillas. Entró.
Entre tanta carne congelada, cogió un gancho y volvió sobre sus pasos para averiguar la procedencia de los llantos.

Agarrando bien fuerte el gancho con su diestra, dio una patada a la puerta esquivando al cadáver nuevamente. Ahí dentro, frente al acceso que subía a la salida de emergencias,  la luz estaba encendida. Respiró hondo y avanzó lentamente hacia su derecha,  mientras escuchaba un incesante chorro cada vez más cerca. Intuyó que venía desde el baño del comedor de personal. El sudor de su frente aumentó debido a la temperatura del agua,  el vapor que emanaba y por supuesto, la situación. La que se liaba por una tubería reventada, pero Emiliano se preocupaba más por escuchar cualquier otro sonido y su mente viajaba entre volver a oír el lamento de antes, lo que demonios fuese destrozado a Gabriel y en mantener el gancho en alto cual Garfio. En posición de ataque ante cualquier eventualidad. Ya que el móvil dejó de funcionar y no podía llamar ni a la policía ni servicios de emergencia. Estaban solos.

Llegó a la esquina,  se giró sin dejar de andar en el sentido de las agujas un reloj y observó que, efectivamente,  una pequeña corriente salía de la entrada de los servicios.

El llanto resonó a su izquierda tan inesperadamente que su acto reflejo fue clavar el gancho en la puerta de una de las habitaciones habilitadas para Gissel,  la animadora del hotel.  El sollozo se transformó en gritos de terror dentro de aquella habitación. Ahora estaba seguro de que había al menos dos chicas.

– Perdonad, perdonad. Soy Emiliano,  el vigilante. -decía a la vez que arrancaba su arma de la puerta y dejando caer astillasque luego flotaban alrededor de sus piernas- No quería asustaros. Abrid la puerta, por favor.

– ¿Se ha ido ya esa cosa? – oyó decir a la voz de la animadora.

Emiliano arrugó su frente bajo la gorra de la empresa, pegó su oído izquierdo a la puerta y preguntó algo que en realidad no deseaba saber.

– ¿Qué cosa?

– ¡Esa cosa enorme que ha matado a Gabriel!- gritó la otra voz.

Él no había dejado de permanecer atento a ruidos ajenos de lo normal,  pero se separó de la puerta para volver a cerciorarse,  mirando a su alrededor.

– Tranquilas. Aquí no hay nada. Se habrá marchado.

– ¿Estás seguro, Emiliano? -preguntó Gissel.

– Si te dijera que lo tengo delante, ¿de verdad no me abrirías para salvarme?- empezó a impacientarse, frunciendo el entrecejo cabreado. Segundos después,  la puerta se abría lentamente mostrando a la animadora en un sedoso pijama blanco de dos piezas lleno de corazones rojos de distintos tamaños. Su alisado pelo castaño tintado con mechas rubias se lo había recogido en un proyecto de moño de donde sobresalían pelos tiesos en todas direcciones como si llevara una palmera en la cabeza. Su cara estaba desencajada de terror,  al igual que la camarera rechoncho que se escondía tras ésta

– Soy Eugenia, una de las camareras de la cafetería. -dijo al notar la interrogante mirada del vigilante posados en ella.

Emiliano parpadeó un par de veces antes de volver a hablar. Dejó de mirar a la bajita pelirroja. No sabía qué hacía la camarera con Gissel,  pero no pudo evitar imaginarse a ambas besándose. Ya preguntaría el motivo más tarde si surgía la oportunidad.

– Salgamos de aquí.  Tenemos que subir a pedir ayuda.- les dijo.

Eugenia y Gissel se miraron mutuamente. Ésta última,  al ver que su amiga no se movía del sitio, cogió su mano y tiró de ella.

– Vamos, Eu. Con Emiliano estaremos a salvo. Ésta salió de su ensimismamiento y accedió a salir del cuarto.

– Vosotros no la habéis visto- comentó Eugenia entre sollozos y temblores- Es una bestia. Jamás he visto algo parecido. He visto muchos documentales sobre animales salvajes y tampoco es un ser que nos hagan estudiar en el colegio. Se parece…pero no.

– ¿Estás segura?- preguntó el vigilante, aunque a su mente acudía la imagen del pobre camarero ráfagas. Deseaba salir de allí con vida y tarde o temprano debía enterarse.-¿A qué animal dirías que se parece? – preguntó arrastrando los pies por el agua y agarrando su gancho con más fuerza.
Fue Gissel quien contestó al notar que su compañera no reaccionaba.

– Me ha contado que vio su parte trasera. Dijo que parecía un reptil con demasiadas patas, una cola doble y que debía medir unos cuatro metros.

– ¿Cuatro metros?- seguían avanzando.

– La parte que consiguió ver.

– Sus zarpas eran como cuchillas- interrumpió Eugenia con unos ojos inundados, que deseaban salir de sus órbitas .- Gabriel ya no gritaba. Llegué a escucharle. A esta hora podría haber estado ya en mi casa durmiendo o viendo un capítulo repetido de «La que se avecina «, pero el siempre me esperaba en el aparcamiento exterior para fumarnos el último cigarrillo antes de volver a casa.

Estaban llegando a las puertas que se enfrentaban. La izquierda llevaba a las cámaras, la derecha, como salida de emergencias con su barra de apertura roja y bien señalada con un cartel de fondo verde y letras impresas en blanco. Antes no se había fijado, pero las losas entre ambas puertas estaban salpicadas de sangre.

– Volviste a buscarlo entrando y bajando por la salida de emergencias, ¿verdad?-preguntó Emiliano- Tenéis una tarjeta magnética y esa es también la entrada de personal.

– Sí, así es. -contestó Eu.-Sabía que no se había ido porque su coche seguía aparcado.

Sintieron una vibración a sus espaldas y el agua empapó sus glúteos. Se dieron la vuelta al percibir esa extraña corriente.

Junto a un gutural gruñido, comenzó a asomarse por la esquina de donde habían venido, un enorme y dentellad hocico de caimán.

Los tres quedaron hipnotizados, clavados en el sitio por un momento, por la indecisión la sorpresa el horror o todo a la vez.

Los dos ojos rojos sin pupilas del lado izquierdo parpadearon verticalmente. La bestia giró su cabeza mostrando sus cuatro terribles ojos, empezó a doblar la esquina, asomando seis de sus patas y abrió sus fauces para mostrar una triple hilera de dientes.

Gissel no pudo más y profirió un chillido angustioso. En cuestión de segundos, Eu le tapó con sus manos desde atrás. Gissel, fuera de control, le propinó un codazo en el pecho. Eu se encorvó de dolor y se dejó arrastrar por Emiliano, mientras la animadora salía por la de emergencias, ellos desaparecían dentro del parpadeante pasillo de las cámaras frigoríficas.

-¡Nooo! ¡Gissel!-gritaba antes de tropezar con los restos de Gabriel.

Emiliano le pidió silencio apoyando su dedo índice en los labios, mientras la empujaba dentro de un cuarto frío y la forzaba.

– Sshhh…sostén el gancho.- le dijo Emiliano.

Pudieron escuchar como la bestia se encontraba entre ambas puertas. El gruñido se tornó en un tono más agudo y sonoro. Se les erizó la piel.

– Se ha cabreado. – dijo Emiliano casi en un susurro.

– ¿Cómo lo sabes?- preguntó ella. A través del cristal y la cortina de tiras plásticas observaban la puerta.

– No lo sé. Sólo lo intuyo porque tiene que decidir qué aperitivo cazar primero. A Gissel o a nosotros. – Miró de soslayo el cortafiambresque había encima de la mesa de acero, la extensión de su cable, la distancia hasta el enchufe y los cuchillos imantados a la pared. La cámara estaba abierta.

– Si esa cosa decide entrar a por nosotros, clávaleel ganchopor la barbilla.-dijo el vigilante.

– ¿Cómo pretendes que haga eso?- contestó Eu.

– Nuestras vidas dependen de ello. No me importaría morir, pero no pienso ponérselo fácil a ese maldito cabrón.

Eu tragó saliva mientras veía como el cogía un cuchillo y desatornillaba la placa que protegía la cuchilla giratoria del cortafiambres. Al girar el segundo tornillo se cortó un poco, pero siguió empecinado en su tarea sin apenas inmutarse.
Su sangre corrió hasta la parte interna del codo y goteó sobre la máquina,  el cuchillo y la mesa.

Ella permanecía atenta, cagada de miedo, tanto que se le escapó un sonoro pedo. Se puso, pero al darse cuenta de que Emiliano ni tan siquiera la miró,  el sofoco se le pasó enseguida.

La bestia irrumpió de golpe. Emitía extraños sonidos y ellos estaban escondidos bajo las mesas de acero,el agua les llegaba hasta el cuello,  estaban uno frente al otro. Se miraron. Ella temblaba con el gancho en ristre. Él esperaba paciente, serio, como hacía años ya tuvo que aprender a sobrevivir en mitad de una guerra, eliminando enemigos que le buscaban para matarlo. En ocasiones era él quien iba en busca de ellos.

La cortina plástica se elevó y apartó a los lados de un sobredimensionado hocico. Eu no pudo esperar volver a ver esos malditos ojos rojos para salir rodando clavar el gancho a la bestia. Ésta chilló abriendo sus fauces. Emiliano salió de su escondite portando el cortafiambres como si de una motosierra se tratara. Su grito parecía espartano y dejó caer la máquina sobre la mandíbula superior del bicho.
La cuchilla comenzó a girar echando chispas por la piel tan dura del animal, pero llegó a la carne pocos segundos después.  El rugido de dolor fue espantoso,  pero Emiliano reaccionó deprisa y aprovechó el momento  al ver que el monstruoso caimán ciempiés se erguía del suelo al bajo techo del cuarto frío y además, arrastraba a la pequeña camarera en el aire, pues ésta no consintió tampoco en soltar el gancho clavado en la mandíbula inferior.

De arriba a abajo,Emiliano, abrió en canal al monstruo y sus vísceras grisáceas emergieron por doquier. El animal quiso escabullirse al frente, Eugenia cayó y algún hueso crujió. El vigilante no pudo creer su golpe de suerte,  mientras la bestia se retorcía en el interior de la cámara,  chocando contra las paredes y tirando las estanterías metálicas llenas de mercancía alimenticia. Él cerró la puerta de la cámara.

– ¿Estás bien?- le preguntó a la chica mientras la ayudaba a ponerse en pie.

– Creo que me he roto el brazo, ¡uff!, me he rasgado bajo la clavícula.

– Estás viva. Salgamos de aquí. – cogió la cortafiambres,  la desenchufó y salió con ella en dirección al parking subterráneo  donde había un acceso directo a recepción.- Te curaremos ese arañazo, no te preocupes.  La sangre es que es muy escandalosa.- La chica asintió, pero el estaba más preocupado de lo que mostraba. Aún sentían los golpes provenientes de la cámara cuando atravesaron la puerta y apartaron un carro lleno de toallas.

Empezaron a subir las escaleras y llegaron al Hall de Recepción.

– ¡Estáis vivos!- gritó Gissel.

– ¡Ay, Diosito! ¡Gracias! Los celulares no funcionan,  no se puede salir del hotel, Gissel habla de una bestia ¿Qué está pasando esta noche?- preguntó  Nuria, que también estaba ahí y Emiliano no sabía por qué.

– No lo sé, Nuria. Supongo que lo averiguaremos. ¿No habéis visto a Edu?

– No. – contestó Gissel.- Subí y sólo estaba Nuria.

– Sí, quería que me hiciera el cargo de Room Service y no me cogía el teléfono,  así que subí, pero no había nadie. Me asusté. Era extraño. – dijo Nuria.

– Bueno, quedaos aquí las tres. Iré a buscar a Edu.

– ¿Nos vas a dejar solas?- preguntó Eu.

– Tenéis ésto.- y puso la cortafiambres sobre el mostrador. – Enchufadla.