Chéjov. Los mejores cuentos

Publicado el 02 febrero 2022 por Santosdominguez @LecturaLectores

  

Antón Chéjov.Los mejores cuentos.Selección, traducción y prólogo de Ricardo San Vicente.Alianza Editorial. Madrid, 2022.

El 15 de julio de 1904, en la habitación de un hotel de Badenweiler, Anton Chéjov, uno de los maestros universales del cuento, pasaba sus últimas horas de vida junto a Olga Knipper y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia. ‘¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?’, dicen que dijo, casi al final. Una frase que parece sacada de uno de sus cuentos porque la podría haber pronunciado alguno de sus personajes.

Acababan así la vida y la escritura del padre del cuento contemporáneo, autor de una obra viva que sigue creciendo a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

“Como los reporteros redactan sus notas sobre incendios, así he escrito yo mis relatos: mecánicamente, de manera semiinconsciente, sin preocuparme para nada ni del lector ni de mí mismo... Escribía y hacía lo posible por no emplear en el relato ni imágenes ni escenas que me resultaban entrañables y que, Dios sabe por qué, guardaba y escondía con celo”, escribía en una ocasión Chéjov, del que Alianza Editorial publica una selección de diecisiete cuentos que resumen las etapas de su evolución literaria y que componen en su conjunto una imagen representativa de las estructuras genéricas, las técnicas narrativas, los personajes y los temas más significativos de su narrativa.

Natalia Ginzburg resumió los cuentos de Chéjov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Narrador de voz baja, Anton Chéjov construyó su universo literario con los materiales que aportan lo fugaz y lo secundario. En sus relatos abiertos conviven misteriosamente la levedad y la intensidad, la emoción y la distancia, se armonizan la ironía y la piedad, el humor y la tristeza bajo una mirada compasiva y honda, menos optimista que piadosa, que vive en el matiz y en la sutileza con que el escritor construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de sus elipsis sugerentes que dejan los finales abiertos.

La mirada sutil de Chéjov, que a diferencia de Dostoievski o Tolstoi nunca contempla a los personajes desde arriba, sino cara a cara, teje un hilo invisible y persistente que une, en la melancolía invisible y en la tonalidad persistente de su literatura, a Chéjov con Cervantes y con Shakespeare en la construcción de un universo narrativo en el que conviven ricos y pobres, sinceridad y simulación en una indagación honda y fundacional en la condición humana.

Una mirada magistral que vive en el matiz y en la sutileza con que construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de la elipsis, en la intensa emoción que habita en lo trivial, en la desesperanza contenida, en la ausencia de patetismo gesticulante, en unos silencios que son más significativos que las palabras que los ocultan.

Una mirada que conviene revisitar en un volumen como este, una  selección de relatos propuesta por Ricardo San Vicente, que en el prólogo, ‘Sangre esclava’, afirma que “al igual que en la Rusia de finales del siglo XIX, la obra de Antón Pávlovich Chéjov hoy resulta de una modernidad sorprendente. Hasta el extremo de que algunas obras actuales parecen pertenecer a un pasado mucho más lejano que la de nuestro narrador.”

Y explica así su criterio a la hora de hacer esta magnífica antología, que incorpora cuentos fundamentales como Campesinos, Iónich La dama del perrito: “Siguiendo el talante del propio autor, que hace de su obra un gran cuadro de la vida rusa, de los hombres y mujeres en sus diversas condiciones, esta selección pretende ofrecer una pequeña galería. Médicos y obispos, campesinas y hacendados, amantes del arte y estudiantes, doncellas y maestros, ingenieros y jueces son algunos de los muchos tipos y personajes que pueblan este fresco. Pero, más allá de esta visión caleidoscópica, la antología pretende reflejar los grandes temas de Chéjov, inquietudes, coordenadas morales, al fin, que resulta difícil recoger en esta presentación (para ello, además, están los propios relatos), aunque tal vez sí resumir con la siguiente reflexión: La vida es absurda y difícilmente tiene sentido en sí misma, por eso quizá la única salida que nos queda es ser nosotros los que dotemos nuestra existencia de un objetivo y un significado. ¿Cuál?, se puede preguntar el lector, igual que se lo formularan al escritor sus contemporáneos. A eso Chéjov a veces contestaba: «Yo construyo escuelas –refiriéndose a las aportaciones que destinaba a centros escolares y bibliotecas–, pero no doy clases en ellas».

Está en esta antología el Chéjov imprescindible, capaz de sugerir con una enorme economía de medios, un Chejov esencial, a caballo siempre entre el humor y la melancolía, entre la crítica y la emoción, entre la compasión y la ironía, un autor que proyecta su mirada sobre un mundo habitado por personajes que se mueven entre la esperanza y las frustraciones, incapaces de comprender la reglas opacas con las que funciona el mundo. 

 Alguna vez se ha dicho que sus relatos son una enciclopedia de la vida rusa. No es exactamente así. Son una enciclopedia de la vida en general. Y eso es lo que lo convierte en un clásico universal, autor de cuentos memorables, como La dama del perrito, un relato de 1899 que comienza con este párrafo en la traducción de Ricardo San Vicente: 

 Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito. Dmitri Dmítrievich Gúrov, que llevaba en Yalta dos semanas y ya se había hecho al lugar, también empezó a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Vernet, vio avanzar por el paseo a una señora joven, una rubia de mediana estatura, con boina; tras ella corría un lulú blanco.

Santos Domínguez