Chi, chi, chi… le, le, le

Por Aceituno
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Ayer leí un chiste que decía: “Ocho de cada diez terremotos prefieren Chile”. Lo malo es que es verdad. Lo bueno es que es un chiste inventado por los propios chilenos que hoy, a pesar de tener que construir de nuevo casi la mitad del país, celebran el aniversario de su primera junta de gobierno.

Quemarán cientos de miles de kilos de carbón para asar cerdos, vacas, pollos y corderos y se los comerán a dos carrillos, con platos de porcelana, de vidrio o de plástico, con cubiertos, con la mano o ensartados en un anticucho, con la familia reunida, los amigos cerca, de día y de noche, bebiendo terremoto, cerveza y vino tinto, sentados o de pie, bailando cueca con traje típico o sin él, con poncho o sin poncho, en las fondas, en el campo o en casa, elevando volantines, hablando de fútbol, del terremoto de Illapel, de lo jugosas que salieron las empanadas o de lo deliciosas que quedaron las longanizas, colocando la bandera en la ventana o en el mástil al lado de la puerta cuidando de poner la estrella en su sitio, comprando pan y papel higiénico (nunca me olvido, Ruth) como si se fuese a acabar el mundo, brindando y vitoreando a su chilito querido, agitando los pañuelos, repartiendo choripanes, enseñando a los más pequeños a hacer el fuego y a fabricar los volantines, elaborando miles de ensaladas: de papas con mayonesa, de porotos blancos con cebolla, de porotos verdes, de tomate solo, de tomate con cebolla y cilantro, de tomate con negrita, de lechuga, de pepino, de cebolla, de choclo, de repollo, de apio y el maravilloso pebre que no puede faltar.

Seguro que se me ha escapado algo, pero básicamente el 18 es algo así, una fiesta maravillosa cuyo centro es la carne asada a la parrilla, el vino tinto y la buena compañía.

A pesar de todo no he perdido mi capacidad de soñar, de ilusionarme con la vida, así que sueño con vivir nuevamente un 18 aunque solo sea una vez más.

Feliz 18 a todos los chilenos.