Director: Spike Lee
Es una pena que un director inicialmente talentoso e indomable haya acabado siendo una caricatura de sí mismo, y por propia mano. "Chi-Raq" (mezcla de Chicago e Irak, y no es que se le haya ocurrido al ingenioso y creativo Lee) no es peor que "Da sweet blood of Jesus", pero está cerca; tuvo una recepción relativamente aceptable, pero sólo porque tiene un "discurso" políticamente correcto y conciliador (más o menos, después de todo, viene de Spike Lee), la única gran diferencia con la esperpéntica cinta de vampiros que se mandó un año antes, cuya razón de ser nunca será encontrada, ni por los sabios del presente ni del futuro, que, ya verán, serán capaces de encontrarlo todo (o casi). Esta vez Lee no recurrió a Kickstarter u otra plataforma similar, quizás porque le daba vergüenza robarle el dinero a la gente común y corriente otra vez; esta vez fue Amazon la que decidió financiarle la tomadura de pelo, nada menos que la primera vez que dicho servicio se atreve con una película. Viendo el resultado, los ejecutivos de Amazon deben estar con la soga en el cuello, como yo durante todo su asqueroso metraje. Que Spike Lee no vuelva a hacer otra película, escúchanos Señor te rogamos...
En Chicago muere mucha gente, especialmente negros, así que las mujeres de los pandilleros y de los muertos y de los que no tienen nada que ver con la guerra de bandas deciden hacer una huelga de sexo, es decir, no tener sexo con sus hombres hasta que éstos decidan dejar de matarse entre ellos: "No peace, no pussy" (¡brillante lema, oh, señor santo!).
Si dejamos de lado la pésima canción con que la cinta empieza (un extraño y lastimoso alegato contra la violencia hacia los negros de Chicago que, a la vez, ensalza la lucha violenta para frenar las muertes), "Chi-Raq" no se inicia del todo mal, hasta parece, en cierta forma, el viejo Lee de "Do the right thing": unos elocuentes datos nos señalan que en el nuevo milenio han muerto más personas en Chicago de lo que lo han hecho en Irak y Afganistán (por separado, no recuerdo si en suma siguen siendo menor a la ciudad más poblada de Illinois). Desde luego, la gran mayoría de víctimas (de acuerdo a lo que se nos dice, claro) son negros abatidos por otros negros producto de esta guerra de pandillas, que es tan culpa de los que aprietan el gatillo como de los blancos indiferentes que viven en los suburbios y habitan las instituciones. En ese despliegue de datos hay furia, hay intención, hay una base: acabar con las muertes, acabar con la guerra, despertar al espectador. Por el contrario, el resultado final lo duerme, hasta podría matarlo de tanta vergüenza ajena que produce. La película tiene una trama, tiene un discurso (no es que los tenga, es una forma de decir), y Lee no le saca provecho a ninguno de los dos elementos. Sobre el discurso, es mejor el sentido de urgencia que el despliegue discursivo como tal, que cae en la moralina autocomplaciente y el sentimentalismo barato, en una ceguera consciente y asumida; por lo demás, el sentido de urgencia se queda en el enunciado, no en una propuesta para solucionar y enfrentar el problema ni mucho menos en motor o pilar narrativo: el inicio nos dice algo, el final nada, ni siquiera la historia de la huelga de sexo da luces y hallazgos de hacia dónde ir. El discurso y la trama son la vil excusa de Lee para armar otro de sus patéticos artefactos sedientos de atención, por lo mismo no es de extrañar el ególatra autobombo que la película escupe a cada momento, sobre todo con la insoportable presencia de Samuel L. Jackson, un actor que en el último tiempo Lee no ha sabido aprovechar en lo más mínimo (prefiere su extravagancia, si es que la tiene). En realidad Lee, más que denunciar, grita a los cuatro vientos "yo, miren lo genio que soy, yo, miren de lo que soy capaz, yo, miren cómo traslado a barrios negros el clásico de Aristófanes, yo, miren como soy capaz de crear un classical-nigga' style, yo", o algo por el estilo (todos los parlamentos riman, siempre ingeniosos pero siempre vacíos; sin la capacidad expresiva de, por ejemplo, el "Macbeth" de Justin Kurzel, aunque establecer dicha comparación es de locos, lo sé). La película, aunque no cuenta con un discurso propiamente tal, organiza su relato más en lo discursivo que en lo emocional (lo que explica los planos personajes, las pésimas actuaciones y los nulos conflictos, que en vez de ser entidades autónomas, son objetos forzados antinaturalmente hacia un fin particular), es decir, cada escena responde al interés "provocativo" y "reflexivo" de Lee más que a uno estético-narrativo; no importa si la historia está mal escrita mientras la misma exprese los pensamientos de un director sin capacidad de autocrítica. Aún así, Lee demuestra su incapacidad para narrar y dirigir al equivocarse por completo en el tramo final, que es francamente insufrible: si había establecido el discurso como motor narrativo, al final lo cambia por lo emotivo, que no tiene sustento ni base ni nada, pero que intenta dar el golpe final y hacernos reflexionar durante días, lo que, ciertamente, no se logra pues la historia misma no nos llega y el discurso se vuelve una anécdota. Para peor, el tono de comedia le hace un flaco favor al conjunto, y podrán argumentar que es así debido al carácter satírico de la cinta, pero vamos, hay una gran diferencia entre una sátira, que se supone es un relato inteligente y capaz de dialogar con la identidad del contexto socio-histórico que lo acoge mediante el humor y no la erudición (aunque hay que saber de lo que se habla para reírse de ello), y un patético espectáculo sin gracia ni inteligencia que intenta hacer reír mediante lugares comunes y chistes que no aportan ni al relato ni al discurso sino que al propio "creador", que nuevamente alarga la película hasta el cansancio metiéndonos por la garganta sus gustos y demás. ¡Dos horas de tortura! Vaya sábado que me gasté... nunca más, viejo, ¡NUNCA MÁS!