Chian Mai y Sukhothai

Por Zhra @AzaZtnB

Lejos del caótico Bangkok y de las hordas de turistas del sur tenemos Chian Mai, también lleno de turistas pero en busca de templos, historia y una Tailandia más allá de las playas y el alcohol. La ciudad vieja está llena de templos y templitos, mercadillos de varios kilómetros unos el sábado por la noche otros el domingo, algunos todos los días. El mercadillo del domingo tiene la combinación perfecta de souvenirs, comida y ropa para que no me agobie y pueda pasear con un zumo de fruta de pasión en la mano mirando pantalones y faldas cortas hasta comprarme una prenda que no es lo uno ni lo otro. En los puestitos de comida compro pinchitos de carne, un poco de fruta, en Tailandia está prohibido sacar figuras de Buddha aun así te las venden como si fueran churros en la calle junto con las figuras de elefantitos y otras figuras espirituales que no reconozco, sigo mirando cosas hasta que me canso. Me he emocionado tanto con el mercadillo del domingo que al día siguiente por la tarde vuelvo a buscar otros mercadillos como Warorot o Mueang a las afueras de la ciudad vieja. Encuentro un food court, de los que me he hecho fan. Es el sitio más fácil para comer, bastante más barato que un restaurante normal, suelen ser bastante higiénicos y no tienes problemas de idioma. La dinámica es la siguiente; entras y repasas todos los puestos de comida donde siempre hay fotos o representaciones de la comida que hacen en cada uno. Calculas cuanto te cuesta, vas a la caja y cambias el dinero por cupones, luego vuelves al puesto donde has visto la comida que quieres y sólo tienes que señalarlo para que te lo pongan en un plato. Esperas unos minutos y una vez lo tienes lo llevas a tu mesa para comer!!! Y para rematar la jornada a cada pocos metros hay un puesto de batidos de frutas que consisten en un subidón de sirope, leche, hielo y fruta, 10B más si no quieres hielo.

Tíquets para la comida

La siguiente parada es Sukhothai antigua capital tailandesa del s. XIII a 12 kilómetros de la actual capital. Desde Chiang Mai salen varios autobuses y me doy cuenta de hasta qué punto dependo de las indicaciones de la gente. Cómo puedo estar segura que el billete de bus que acabo de comprar realmente va a Sukhothai y no a Cartagena de Indias? Lo único que puedo entender es la fecha y para eso me marca que estamos en el año 2557. En Tailandia el calendario oficial es el Suriyakati, que suena a comida japonesa, cuentan los años a partir de la muerte de Buda Gautama que parece ser que sucedió exacta y curiosamente 543 años antes del nacimiento de cristo.

Sea como sea tengo un papelito en la mano que espero que me lleve a Sukhothai, esto es un acto de fe y no lo de Jesucristo y sus amigos. Hace unos minutos que he llegado a la estación y he pronunciado el nombre como he podido, la gente de información me ha puesto cara de póquer, he intentado señalarlo en el mapa pero se me había olvidado que los tailandeses tienen problemas para leer mapas, supongo que me pasaría lo mismo si me dan un mapa en tailandés. He repetido Sukhothai en todas las pronunciaciones que se me han ocurrido, acento americano, inglés, catalán, castellano, como palabra aguda, plana, esdrújula, semicantando y hasta haciendo gorgoritos hasta que un señor me ha hecho señas para que le siguiera. Me podría haber llevado al huerto, a un callejón oscuro o al hogar de acogida de asesinos anónimos, de camino me hablaba algo en tailandés que bien podría ser un contrato de conformidad como que me dejaba asesinar libremente y que yo respondía con sonrisas y asentimientos de cabeza repitiendo de vez en cuando Sukhothai. La tercera vez que repito Sukhothai su mirada de “está loca” se ha reflejado en su cara y me he visto obligada a confiar en que la creencia popular tailandesa incluya que los locos no son comestibles. Cuando hemos llegado al final de la estación me ha señalado una taquilla donde una señora hablaba por un teléfono móvil de color amarillo tan fosforito que dañaba la vista. Cuando ha acabado la conversación, escondido el móvil y yo he recuperado la vista he repetido por enésimo quinta vez Sukhothai mientras alargaba un billete de 1000B, ella me ha mirado amablemente y sin mediar palabra me ha dado el papelito que ahora miro de arriba abajo intentando descifrar algo, por último me ha devuelto el cambio de 239B. Ahora como si fuera el palo de una ruleta señalo los andenes y la miro confiando que entienda que no sé a dónde ir, cuando casi se me ha descolocado el brazo por los movimientos circulares dice: 15! Bingo! ya tenemos número ganador.

Antes de subirme al bus vuelvo a decir Sukhothai y la chica de la puerta asiente, por supuesto me han metido en un autobús VIP de asientos reclinables, con tanto espacio que ni queriendo puedo golpear al de delante cuando se ponga a roncar en las seis horas de viaje. El aire acondicionado está tan fuerte que parezco dos caras. La zona izquierda se muere de calor mientras el sol del mediodía traspasa el cristal y quema mi cara hasta salir humo, la zona derecha está decidiendo entre la hipotermia o una simple parálisis temporal. Corro la cortina y me pongo la chaqueta con capucha, parezco la mujer del saco.

Creo que han puesto una peli pero no tiene volumen y hay tanta luz que no se ve nada. El autobús reduce la velocidad en medio de la carretera, pasamos al lado de una vaca que ha sido atropellada y tiene todas las vísceras repartidas por el arcén. Unos kilómetros más adelante el bus para en medio de la nada veo que hay un control policial que nos deja pasar pero revisa todos los otros coches. Varias horas después el autobús vuelve a parar en medio de la nada sin motivo aparente, los guiris nos miramos mutuamente sin saber si bajar o no. Vemos bajar al conductor, estirar los brazos y encenderse el cigarrillo, una oleada de guiris bajamos al lavabo y descansamos del bus sin dejar de mirar al conductor.

Cuando finalmente llego a la estación agradezco los 2 kilómetros de caminata hasta mi alojamiento aunque los conductores de tuk tuks y pick up trucks creen que quiero hundirles el negocio y se paran constantemente a mi lado para ofrecerse a llevarme bajando cada vez más el precio. Sin tener que preguntar en el guest house me explican cómo llegar a la ciudad antigua, por 30B puedo coger el autobús local. Es en realidad una camioneta a la que le han quitado el techo dejando sólo la cabina del conductor y han puesto dos asientos alargados de madera y cuero paralelos a la ventana. Por los huecos de las tablas se ve el suelo correr bajo mis pies, bajo el asiento hay una batería, pintura, varios sacos y botellas atados para que no se muevan al frenar. Sobre la cabeza del conductor cuelga un bote de Super pegamento, un ventilador, un pendrive enganchado a un reproductor junto a un amplificador y otro ventilador que se aguanta de pie gracias a un montón de botellas de agua. En cada semáforo el bus/camioneta se pone en marcha con un ligero traqueteo mientras el conductor mira a derecha e izquierda por si ha de recoger a alguien más. Cuando llega a la carretera iguala la velocidad a la de los demás vehículos hasta que un par de tailandesas se unen a la expedición pero se bajan poco antes de llegar a la antigua ciudad.

La entrada a la antigua ciudad son 100B y aunque tanto la mujer de la guest house como las guías marcan que se ha de pagar por cada monumento a mí sólo me cobran una vez. Quedan ruinas, esculturas de Budha, lagos verdes, antiguos restos y nuevas tiendas de comida y souvenirs. Algunos creyentes rezan frente a las esculturas, no hay mucha gente, los que no rezan son franceses, alemanes y algún japonés que se queda mirando mi camiseta con el Kanji del amor sobre la palabra Japan. Yo me solía quedar mirando igual a la gente que llevaba camiseta del Barça pero al final he perdido la cuenta. Los templos medio en ruinas no me impresionan, hace apenas unas semanas estuve en Angkor, recorro las ruinas sin mucho entusiasmo coincidiendo en cada monumento con dos chicas francesas que han alquilado un par de bicicletas pero no saben muy bien cómo usarlas.

El siguiente recorrido es de 7 horas de Sukhothai a Bangkok. Me vuelven a poner en un autobús de turistas pero esta vez lo agradezco, sigo sin entender lo que pone en el billete pero el señor que acompaña al conductor habla inglés, como somos mucho nos reparte por todo el autobús, los asientos se reclinan tanto que parece que estoy en una cama, a los pocos kilómetros nos dan una caja de galletas y una botella de agua a cada uno. Yo dormito en mi sitio hasta Bangkok desde donde tengo intención de visitar las islas intentando esquivar la Full Mon party y demás juergas de alcohol y borrachera.