Ayer mientras mi marido y yo disfrutábamos del atardecer en el porche, escuchamos un quejido de mi hijo Julio. “¡Papá! ¡Buaaaaa! Sin darme cuenta se me ha metido un chicle en el pelo!” Ahí esta de pie en el umbral de la puerta con un chicle pegado en el pelo, con la cara de circunstancia y sin saber muy bien donde meterse.
Tras varios interminables gritos, llantos, sollozos y quejas de que le tiraba del pelo pude desprender una buena cantidad de pelo del chicle. Pero llegue al punto que mi santa paciencia se agotaba y con mucho pesar tuve que recurrir a usar, las temidas tijeras, corte el trozo de pelo que aún quedaba con chicle y libere a mi hijo de la tortura.
Rebecca