La geología no entiende de equidades. Un lugar árido y con grandes carencias de agua dulce como es la península arábiga puede guardar bajo ella las mayores reservas del mundo del recurso más codiciado en la era actual como es el petróleo. Si en vez de hidrocarburos son minerales, los caprichos de Gaia continúan. China, por ejemplo, tiene entre sus fronteras el 97% de las tierras raras en el mundo; Kazajistán un tercio el uranio; Sudáfrica un 61% del platino y Chile un 35% del litio. Pero una cosa es tenerlo en el subsuelo, otra es explotarlo y otra muy distinta es sacarle provecho a la explotación.
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El país andino, a pesar de sus ingentes reservas de litio, un mineral fundamental para la electrónica actual, no le presta especial atención y prefiere centrarse en la joya de su subsuelo: el cobre. El rojizo mineral, también básico para la industria en general y los productos electrónicos – y eléctricos – en particular, se ha convertido en los últimos cuarenta años en un pilar básico de la economía chilena al dotar de ingentes recursos a las arcas públicas – especialmente divisas y efectivo – y convertirse su empresa pública y casi monopólica, CODELCO, en co-financiador del Ejército de Chile.
Neoliberalismo sí, salvo si nos perjudica
La explotación del cobre en la franja costera sudamericana que hoy es Chile es tan antigua como la propia Historia en la zona. En la etapa colonial española también se extrajo de manera sustancial este mineral, pero por las “escasas” aplicaciones o usos que tuvo el cobre hasta la revolución industrial en el siglo XIX, no fue un mineral ni apreciado ni extensamente demandado. Como hemos dicho, esta situación cambió conforme el siglo XIX fue avanzando. Chile era ya un estado independiente desde 1810 y la paulatina inserción del cobre en la economía mundial hizo que el joven estado chileno tuviese grandes ingresos por su comercialización.
Con el desarrollo de las economías industriales, Chile tomó conciencia de que este mineral era absolutamente estratégico. Comenzó entonces un proceso de paulatina nacionalización de yacimientos y empresas – en manos inglesas y norteamericanas principalmente – que se alargó también al siglo XX. Poco a poco, el estado chileno iba amarrando un recurso fundamental, alejándolo de los vaivenes de la economía internacional y de los intereses extranjeros. Entre los años 60 y 70, las participaciones estatales en los yacimientos y empresas cupríferas oscilaban entre el 25% y el 51% del accionariado, y se avanzó más en 1971, momento en el que se adoptó la posibilidad de nacionalizar el 100% de las empresas del cobre. El entonces presidente Salvador Allende dio luz verde a dicha nacionalización y la mayor parte de las empresas cupríferas que operaban en Chile fueron nacionalizadas. Este motivo, entre muchos otros, acrecentó la enemistad de Washington, que se plasmaría en el golpe de estado de 1973.
La dictadura militar de Pinochet, fiel seguidora de los principios neoliberales que empezaban a estar de moda en Estados Unidos, gestionó un programa de desregulaciones, privatizaciones y en definitiva, una promoción del libre mercado neoliberal. Muchas políticas públicas y sociales fueron suprimidas y una gran cantidad de empresas públicas fueron privatizadas. Menos en el cobre. No es que no se diese marcha atrás en la política nacionalizadora de Allende y sus predecesores, que en la lógica económica neoliberal sería el camino a seguir: reprivatizar las participaciones del estado en el cobre, libre mercado y todos contentos. De hecho, se profundizó en la política nacionalizadora. Todas las participaciones y empresas nacionalizadas del cobre chileno – que no eran pocas para entonces – fueron agrupadas en 1976 en la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO). Esa maniobra no fue precisamente neoliberal.
CODELCO y Chile contra las fluctuaciones de precios
Uno de los grandes problemas económicos que tiene Latinoamérica es el perfil de sus exportaciones. Muchas economías del continente dejan gran parte de su balanza comercial en manos de productos naturales, tales como hidrocarburos, minerales, maderas o productos agrarios. Si bien son relativamente fáciles de producir, su valor añadido es muy bajo y por tanto, están sujetos a fluctuaciones considerables en los mercados internacionales, lo que provoca que las exportaciones de la región estén a menudo bajo los designios de los precios internacionales, lo cual no favorece en absoluto la tan necesaria estabilidad económica.
El cobre tampoco es ajeno a esta dinámica de la economía internacional, y en los últimos tiempos las variaciones en el precio del comentado mineral han sido bastante grandes. Teniendo en cuenta que Chile es el primer productor mundial de cobre y el 53% de las exportaciones chilenas en 2012 fueron de este mineral, las subidas y bajadas bruscas de precio es algo que afectan poderosamente a las cuentas chilenas. Estos vaivenes atan bastante las previsiones económicas y sobre todo, poder hacer políticas a medio y largo plazo, puesto que una parte importante de los fondos públicos disponibles podrían o no existir en el futuro o multiplicarse. Jugar a la ruleta en definitiva.
Como vemos en este gráfico que representa el precio de una libra – 0,453kg – de cobre en dólares, el precio entre 2004 y 2014 ha sido de todo menos estable. Se podrían aceptar y entender unas oscilaciones más o menos suaves, pero que en ocho años – de 2004 a 2012 – se haya llegado a cuadruplicar el precio de una libra de cobre es excesivo. Y ya no es que siga una trayectoria ascendente o descendente de manera continua, puesto que al menos con eso se puede hacer una mínima previsión de futuro; el problema es que al menos en la primera década del siglo XXI hay unos cambios muy bruscos de precio. En la presente parece haberse sosegado. Veremos cómo continúa en el futuro.
Bien es cierto que a pesar de las fluctuaciones, a CODELCO no le ha ido mal en los últimos tiempos, por ende al estado chileno tampoco. Entre 2008 y 2012, CODELCO vendió cobre por valor de 76.000 millones de dólares y en 2009 tuvo unos beneficios netos de 1.262 millones de dólares, que no es una cifra despreciable.
Pero aquí CODELCO no está sola. Es cierto que es la mayor empresa cuprífera del mundo, pero en Chile también trabajan otras empresas extrayendo el rojizo mineral y que al igual que la empresa pública desean que el estado chileno proteja sus intereses en este sector. Otras empresas destacables son, por ejemplo, Anglo American Chile – filial de Anglo American –, Minería Escondida, Antofagasta PLC y BHP Billiton – propietaria además de Minería Escondida –. Estas cuatro cotizan en el índice FTSE 100 (Financial Times Stock Exchange) de la bolsa de Londres, por lo que las relaciones y la dependencia entre Chile y el Reino Unido son, para el caso del cobre, intensas.
La propina del cobre para las Fuerzas Armadas de Chile
No se puede medir el poder de un ejército por el número de efectivos con los que cuenta. Puede influir, pero no condiciona en absoluto. En pleno siglo XXI, lo que decanta dicho poder no es sino lo actualizadas que estén las Fuerzas Armadas de un país. Aviones modernos, carros de combate y vehículos blindados adecuados al terreno, fuerzas navales rápidas y modernas, tropas bien entrenadas y con variedad de ‘items’ de combate, buenos servicios de logística, personal cualificado para la ciberguerra, etc. Estos requisitos, aplicados a los países sudamericanos, todavía están en proceso de desarrollo puestos a compararlos con los ejércitos de economías desarrolladas, pero ya se puede observar algún despunte.
Puestos a destacar dos países que destaquen por la calidad de sus FFAA, los elegidos bien podrían ser Brasil y Chile. La cuestión es que tanto en territorio como en población y poder económico, Chile anda muy por detrás de Brasil, por lo que al tener menos recursos disponibles de cara a desarrollar unos ejércitos de calidad, el esfuerzo chileno es más meritorio, por lo que podríamos considerar que Chile tiene las mejores Fuerzas Armadas de Sudamérica. Aviones F-16, tanques Leopard y los submarinos Scorpène son los recursos estrella en tierra, mar y aire de Chile.
Los constantes roces que Chile ha tenido con los vecinos en las últimas décadas, ejemplificados en Perú, Bolivia y Argentina, han hecho que por puro deseo de supervivencia tuviesen que desarrollar unas fuerzas armadas potentes con las que defenderse – o atacar – en un posible conflicto. A día de hoy y a pesar de que la amenaza bélica está bastante más lejos de las fronteras chilenas de lo que lo estaba hace poco tiempo, el nuevo papel de Chile en la orientación hacia el Pacífico le convierte en un actor fundamental en la zona. La cuestión es que desarrollar un ejército no es barato; menos todavía para economías que históricamente han sido muy inestables y poco poderosas.
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En 1958 y 1973, Chile encontró gran parte de la solución a esto. Usando una vieja ley que dotaba de pensiones a viudas de militares con los beneficios del cobre, los gobiernos de Ibáñez del Campo primero y Pinochet después, adjudicaron un 10% de las ventas de CODELCO para las Fuerzas Armadas de Chile – además de la propia partida presupuestaria que se adjudica en todos los estados con Ejército –. Así se conseguían sustanciosos fondos para modernizar las Fuerzas Armadas y de paso se contentaba al estamento militar, que era un sector muy a tener en cuenta en la época. También se estipuló que el dinero que viniese del cobre se emplease en cuestiones de modernización, I+D+i y compra de aparatos, por lo que no se ha empleado ni se emplea para por ejemplo, pagar las nóminas de la tropa. Estas enormes inyecciones de dinero año tras año han permitido que los tres ejércitos de Chile dispongan de unos medios envidiables en la región.
Los últimos gobiernos democráticos chilenos han intentado suprimir este “diezmo” militar ya que lo encuentran innecesario. Bachelet primero y Piñera después lo intentaron y no lo consiguieron. Ahora Bachelet ha vuelto al Palacio de la Moneda. Veremos si lo vuelve a intentar, y sobre todo, si lo consigue.