El viento sibilante golpeaba la ventana, la hacía revolotear. Silvina se apresuró a cerrarla.
Fuera, las ráfagas bailaban petulantes. Ella las vio ondear y se sorprendió al percibir el esbozo de un rostro. Con un empujón, cerró una hoja. La otra se resistía. Aparecieron dos hoyos oscuros frente a ella; Silvina se paralizó unos segundos, la estremeció una corriente fría, pero logró trabar la ventana. Se volvió aliviada, suspiró.
El viento la abofeteó y se bamboleó en sus narices, sonriéndole desde un rostro ondulante. Ella retrocedió, golpeó contra la ventana cerrada y escuchó el chillido eufórico del viento.
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