Chloé Zhao y el temple feminómada

Publicado el 14 marzo 2021 por Luisritx @luisritx
 • POR JORGE AYALA BLANCO En Nomadland (EU, 2020), desarmante opus 3 ya archipremiado de la china de Beijing en Nueva York formada y arraigada de 38 años Chloé Zhao (tras la añoranza sioux Canciones que mis hermanos me enseñaron 16 y el western contemporáneo The Rider 17), con guion suyo basado en el libro de exploración no-ficcional Nomadland: sobreviviendo en América en el siglo 21 y de Jessica Burder, León de Oro en Venecia 20 y premio del público en Toronto 20, la estoica y hermética mujer de mediana edad con ascéticos cabellos cortos Fern (Frances McDormand perpetuando su femirreciedumbre de Tres anuncios por un crimen) ha perdido sus trabajos administrativos y como instructora a raíz del cierre de una mina de vulcanita en Empire (Nevada), ha presenciado la extinción de su comunidad, ha perdido a su marido víctima de un mal incurable, ha vendido sus pertenencias valiosas, ha comprado una camper o casa rodante y ha tomado la carretera, para convertirse en nómada moderna, de un desierto a otro, y ahora pernocta en la carretera o en estacionamientos para furgonetas con otros diseminados miembros de su tribu innombrada, subsiste gracias a ínfimos empleos temporales como empacadora en Amazon o ayudante de cocina o recolectora de remolacha por todo el territorio nacional, establece relaciones solidarias con quien se tope, se encuentra con su amiga canosa Linda (Linda May) que la incita a escuchar en Arizona al barbudo profeta espiritual de la sobrevivencia en campers Bob (Bob Wells) y, tras el reventón de una llanta, recibe auxilio y adoctrinamiento práctico de parte de la colega doliente de cáncer terminal tercamente fuera de hospitales Swankie (Charlene Swankie), se encarga de acompañar en una cirugía urgente al errabundo sexagenario Dave (David Strathairn) y lo impele a asumirse como abuelo sedentario, sufre la emergencia de un costoso arreglo de su vehículo destartalado, debe recurrir desesperadamente al préstamo pecuniario de una hermana menor que le reprocha su ingénito desapego afectivo (Angela Reyes), y visita al bien asentado Dave que la invita a quedarse con él, pero ella se niega a ceder a la tentación inmovilizadora, se refugia en el vano consejo del patriarcal Bob, intenta regresar al origen en el abolido imperio mínimo de su ciudad Empire vuelta pueblo fantasma, y otra vez toma la carretera, para seguir afirmando la indomable fortaleza de su temple feminómada.
 

Chloé Zhao y el temple feminómada

Frances McDormand en Nomadland


El temple feminómada sólo ambiciona y logra ser, en principio y nada más ni nada menos, que las nuevas Viñas de ira de Steinbeck/Ford (40) del siglo XXI, la gran saga épico-trágica de la contradictoria crisis económica actual en el país más rico del planeta, su retrato personalizado en Fern y su caricatura viviente y tronante, continuando y confrontando la devastadora Gran Depresión con la Gran Recesión devastada, a manera de road movie miserable, con el protagonismo de los errantes oprimidos y olvidados desechos humanos subrepticiamente evacuados en serie, su revelación intempestiva, su dolorosa existencia virulenta y ultrajante, porque al fulgor de los atardeceres mortecinos, fotografiados con gélida luz natural irremediable por Joshua James Richards y resonando con la minimalista música posNew Age de Ludovico Einaudi, su tristona heroína se erige sin dificultad como representante sentada y canalizadora de los dos grandes ¿y únicos? temas del cine contemporáneo según el brechtiano Dort, a un tiempo el soldado perdido y la conciencia vulnerada, la combatiente solitaria sin ejército ni guerra tangible y la conciencia vulnerada en la melancolía o en la nostalgia inveterada y la ansiedad de lo no-vivido que se refleja en cada actitud y gesto de la frágil energía vibrante de McDormand allí donde la autoconsciencia-portavoz del relato que era el sabihondo Bob se revela tan vulnerado como ella a causa del suicidio de un hijo.El temple feminómada hurga en la mentalidad nómada como prerrogativa esencial de emergencia tanto como doble naturaleza femenina, recordando a La salamandra emblemática del suizo godardiano Tanner (71), proponiendo en acto la vívida condición y el significado abismal del concepto de nomadismo en tiempo presente e intemporal, el nomadismo y su ostentosa imposibilidad de arraigo, su compulsiva e imparable condena al desplazamiento geográfico monstruosamente acotado, sus asentamientos siempre perentorios, su comportamiento necesariamente a la defensiva, sus relaciones efímeras pero profundas y espontáneas y solidarias, sus choques no buscados contra la hostilidad sedentaria de acuerdo con la idea de Deleuze-Guattari (Mil mesetas), su consistencia como forma de resistencia y rechazo radical, su trazo de líneas de fuga para escapar de los mecanismos de control, su poder de invención instantánea, su urgencia de cambio incesante, su ruptura íntima contra todo elemento de codificación y de cosificación, su capacidad para destruir la forma-Estado y la forma-ciudad, su fortaleza como activismo político ilimitado se reconozca a sí mismo o no, su potencial en suma como máquina de guerra contra el aparato establecido.El temple feminómada se edifica entonces mediante segmentos separables, dolorosos o sabios, una colección de viñetas a veces de una sola imagen, a la deriva del viento sobre las velas (según insigne poema recitado por Fern en un momento clave), donde el laconismo concita el arte de la concisión y la sutileza, donde la calma semeja la mayor belleza del cuerpo, en un mundo implosionado, Sin techo ni ley diría la popitinerante visionaria ensayística Varda (85) y por un Camino salvaje como el graduado dropout de Sean Penn (07), para tornarse microcósmico y rizomático por necesidad. Y el temple feminómada se propone como el tejido de los sentimientos trágicos de la vida, de los encuentros aleatorios/prefijados y las despedidas infinitas, con la seguridad de seguir dándole existencia a los muertos (“Nos vemos en el camino”) que aguardan en un recodo de la carretera invernal.Luis Ricardo