Choca que el islam obligue a los musulmanes a abstenerse del vino como una inmundicia de Satán (5:90), y sin embargo describa que habrá ríos de vino en el Paraíso (47:15). Esta aparente contradicción se resuelve afirmando que el vino celestial no tendrá los efectos tóxicos que lo hacen pecaminoso en la tierra (37:45-47), por lo que no volverá a los hombres inmoderados ni los apartará de la devoción. Tal recompensa es común a todos los creyentes.
En lo que respecta a la lujuria, que es también un placer codiciado por la enajenación que produce, sus efectos en el Paraíso, lejos de templarse o anularse, se multiplican en un goce sexual perpetuo si los méritos en la tierra permiten que uno sea acreedor de esta gracia. Así, la promesa de obtener esposas puras en la otra vida (2:25, 3:15, 4:57, 43:69-70), es decir, las mismas esposas que se tuvieron en la tierra, limpias de menstruación, es para el creyente que hace la profesión de fe y observa los cinco pilares del islam. Es éste un placer morigerado, semejante al del vino que no embriaga. Para los mártires que mueren haciendo guerra al infiel sin haber contraído matrimonio, a los que el Corán llama "los que tienen proximidad" o "los adelantados" (56:10-12), el premio es mucho mayor y es descrito con los rasgos inequívocos de la pasión erótica, pues les esperan 72 bellas huríes de grandes ojos, piel blanca y turgentes senos, de perenne juventud, creadas expresamente para ellos, no tocadas por hombre ni genio (44:54, 52:20, 55:56, 56:35, 78:31-33, Jami At-Tirmidhi 1663). No hay galardón equiparable para la mujer creyente, incapaz de tomar las armas e imponerse con su fuerza.
Por consiguiente, la templanza y el placer moderado es en el islam una recompensa menor para el creyente raso, accesible incluso al que nunca participa en la yihad y, según Mahoma, "muere en una de las ramas de la hipocresía". En cambio, el placer extasiante y orgiástico se reserva al musulmán que, obedeciendo a un piadoso ímpetu, ha derramado su sangre gloriosamente en su empeño en someter o aniquilar al infiel (4:95).
En suma, la intemperancia, el desenfreno y la desmesura no son depravados si Alá los permite, y sólo resultan deshonestos cuando pueden apartar al musulmán del culto debido a Dios. No ha de reputarse cruel lo que el musulmán haga al incrédulo rebelde, ya que tiene plena autoridad sobre él (4:91) como la tiene sobre las huríes, en retribución de su piedad hacia Alá. Él hace legítimos los placeres licenciosos a los que creen, así como oculta sus malas obras y echa a perder las buenas de los que no creen. El bien y el mal no son realidades objetivas, sino figuras de arcilla que el Eterno hace y deshace a voluntad.