Hace un par de días aproveché un momento de tregua después de varias horas de contínuos chaparrones para acercarme la zona del Cabu Peñes. En la playa de Bañugues algunas decenas de limícolas corrían entre la arena de la playa buscando comida. Pero entre todos ellos destacaba un grupo de cuatro Chorlitos grises (Charadrius squatarola) que ya habían mudado completamente su plumaje y se veían radiantes bajo la luz del atardecer.
Me quedé sentado en una roca y estuve casi una hora allí quieto mientras ellos se movían a mi alrededor. La luz era cada vez mejor y los tonos cálidos acentuaban aun más el contraste de los grises, blancos y negros de su plumaje. Antes de marcharme a casa, cuando ya eran casí las nueve de la noche me fui hasta el Cabu Peñes para aprovechar los últimos rayos de sol.
Es el mejor momento del día, la hora mágica en la que nada es lo que parece y ningún sitio es el mismo aunque lo hayas visto mil veces antes, y aunque la única diferencia aparente sea un charco en el medio de un camino y el reflejo de las nubes en él.