Hay lugares que no fascinan al primer momento, con la primera visita. A veces, escuchas tanto hablar de un sitio que esperas que te encante por tan buenas referencias leídas y escuchadas. Sí, por ejemplo, que si es una de las capitales de la moda, del saber estar, del diseño, que la atmósfera que se respira no tiene comparación, que si el Duomo es impresionante, que si esto o lo otro...pero nada más llegar por primera vez, la sensación de incomprensión y un tanto decepción se hace presente. Hasta que vuelves por segunda vez.
Esa es mi experiencia con Milán. Lo he vuelto a visitar hace unos cuantos días y puedo decirles que mi gusto y concordancia con aquellas buenas referencias va in crescendo.
No sólo es el magnífico e incomparable Duomo (del que les hablé aquí) el que vuelve imponente la ciudad, sino esa mezcla de estilos arquitectónicos que le imprimen un caracter sobrio y elegante al entorno que dan ganas de adentrarse más y más en él.
En esta ocasión, no visitamos sitios recomendados por nadie en particular. Nos dejamos llevar por las calles y dejamos que la ciudad se nos presentara por sí misma...y así, con ojos curiosos, esas características que dotan de encanto a la ciudad se hicieron presentes una a una, como el tranvía.
Me encanta que continuen en circulación tranvías antiguos, amarillos, que quizás sin proponérselo (o quizás sí, que para eso son expertos en diseño) acarrean una dosis exacta de melancolía y nostalgia que aporta alegría al panorama. ¿No les encantan?
Para compensar un poco mi ausencia tan prolongada, les contaré más de este viaje durante los próximos días, y les diré los lugares que vi. Con suerte, les guste esta ciudad tanto como a mí.
¡Buen inicio de semana y de mes!