Las ramas y los troncos de las plantas leñosas están cubiertos de una corteza que las protege de la desecación y bajo la cual late la vida. Del mismo modo que nosotros estamos cubiertos de una piel que aísla el interior del cuerpo del exterior y nos protege de las infecciones, la corteza de nuestros árboles y arbustos cumple esta misma misión. Bajo la corteza y justo sobre la capa de madera formada el año anterior, aparece una capa que llamamos floema y que es la parte que está en crecimiento y por donde circula la savia. El floema es la parte que crece cada año formando un nuevo anillo. Esta forma de crecer formando cada año un nuevo anillo a lo largo de todo el arbol, tiene el mismo efecto que vemos en esas muñecas rusas en las que una encaja dentro de la otra. Los árboles son algo así como gigantescas matriuskas en las que un nuevo árbol crece por encima del árbol del año anterior. Ese otro árbol queda atrapado dentro cada año y el proceso se registra en el anillo de crecimiento nuevo formado en la primavera y el del otoño de cada año..
Del mismo modo que nos ocurre a nosotros, los árboles sufren accidentes que rompen esa "piel" dejando al descubierto la madera interior. Esto supone un peligro, ya que expone el interior del árbol, lo que llamamos madera, a la acción de hongos e insectos que normalmente no pueden acceder a ella al estar protegida por la corteza y los elementos químicos para la defensa ante las agresiones que posee la savia. Estos accidentes que exponen la madera son provocados por fenómenos atmosféricos como acumulación de nieve o vientos que tronchan las ramas, por acción de los seres vivos, avalanchas, riadas, etc. En el caso de nuestro aliso (Alnus glutinosa), no sabemos que produjo la brutal herida que presenta. Pudo ser un desgarro producido por una rama que desgajó el viento o un corte de rama mal hecho que arrastró parte del tronco en su caída provocando la herida a lo largo del mismo.
Desde que compramos la casa, hemos cuidado el aliso, regándolo y aportando abono foliar para fortalecerlo y facilitar el cierre de la herida con el fin de que el interior de la madera quede protegido. En la foto que encabeza la entrada, se aprecia la herida vertical que parte desde una rama cortada a más de dos metros de altura casi hasta el suelo. El crecimiento del árbol en diámetro provoca que poco a poco el callo que se forma en los bordes de la herida vaya cerrándola de forma paulatina. En la foto de detalle de la derecha, se aprecian los bordes redondeados del callo en crecimiento a ambos lados de la herida y una zona en la que ambos lados del callo han entrado en contacto empezando a cerrarla. Este contacto no implica que los anillos de crecimiento se hayan fusionado cerrando el anillo de crecimiento a lo largo del perímetro del árbol, cosa que veremos en detalle en las siguientes fotografías.
Para que podamos ver lo que ocurre con posterioridad, tenemos a la derecha una foto de parte de la rodaja de otro árbol, en este caso de un pino carrasco (Pinus halepensis) en la que apreciamos la curación de dos heridas en sentido también longitudinal producidas por la acción de un insecto perforador (Tomicus piniperda). Vemos que para que el callo entre en contacto, pasan algunos años. Transcurrieron unos veinte años hasta que se curó la herida que vemos en el centro de la foto y quizá unos 15 años hasta que curó la de más abajo. En una tercera herida que vemos en la parte superior de la foto, comprobamos que no llegó a sanar pese a que transcurrieron 60 años desde que se produjo la herida hasta la muerte del árbol. En este caso se formó callo pero la corteza incluída nunca permitió la fusión entre ambas partes de la herida.