Seguramente se preguntarán el porqué del título de éste primer capítulo. Enseguida entenderán lo que quiero decir y, seguramente, no volverán a mirar a una tortuga de la misma forma. Los protagonistas de ésta leyenda son Apolo, el Dios Sol, el Dios de las artes y la segunda figura más venerada en la antigüedad clásica después de Zeus. Se encargaba de las plagas, pero también de la curación, así que más valía estar a buenas con ése Dios. Era vengativo pero justo, muy poderoso y algo incontrolable. Supongo que más adelante habrá que hacer una entrada sólo con él y su carácter voluble y resplandeciente. El caso es que uno de los protagonistas es Apolo, y ya está.
El otro protagonista es Hermes, uno de mis Dioses favoritos. Era el Dios mensajero, protector de los viajeros, los mercaderes y los ladrones, de carácter afable y servicial, algo inocente y muy cuqui en general. Su nombre en la cultura romana era Mercurio. Se le representaba con las sandalias aladas que, por cierto, he descubierto que hay unas Adidas aladas que creo que caerán en breve. Pero en fin, que me despisto del tema, el segundo protagonista era Hermes.
Primero de todo hay que tener en cuenta que un bebé Dios no es un bebé normal. Hermes nació al cuarto mes y su madre, una pléyade llamada Maya, lo envolvió con telas para que no se escapara. Seguramente Hermes pensó “Telitas a mí” porque por la noche se escapó mientras todos dormían.
Iba el bebé de cuatro meses Hermes por el campo “larí, laró” cuando encontró un rebaño supuestamente desprotegido que resultó ser el de su hermano Apolo (recordemos que tanto Hermes como Apolo eran hijos del gran Zeus, el follador vividor del Olimpo). El tema es que ni corto ni perezoso, Hermes robó parte del ganado. Cuando digo parte me refiero a doce vacas, cien terneras y un toro, casi ná. Les ató las colas a unas ramas y se fue andando hacia atrás para no ser descubierto. El único que presenció el robo fue un anciano llamado Bato, que, después de ver aquello, lo más probable es que pensara que se había dejado de tomar la medicación. El bebé sobornó a Bato con una vaca (lo que eran los sobres de aquella época) a cambio de su silencio y sacrificó el ganado a los Dioses. Después, algo cansado, se dirigió de nuevo a la cueva donde dormitaba su madre. A la entrada de la cueva encontró una tortuga, y como parece que su sed de sangre no se había saciado del todo, la mató, la vació por dentro y utilizando el caparazón y los intestinos de las reses robadas inventó la lira. Luego se fue a la cama y se volvió a dormir como si nada.Os podéis imaginar la ira de Apolo al descubrir que le habían robado el ganado a él, pues no hay nada peor para un Dios que lo pillen en un descuido. Bato le confesó (a cambio de dos vacas, resulta que al final el listo fue el anciano) que había visto pasar a un bebé arrastrando ciento y pico animales y ató cabos.
Llegó a la cueva de Maya y exigió una explicación, pero la pléyade le mostró a Hermes dormidito como un santo en la cuna y le dijo que cómo podía acusar a su bebé de hacer algo así, que era muy pequeño y que hay que ver. Apolo no quedó contento y se marchó donde su papá para que mediara entre los dos. Zeus obligó a Hermes a restituir el ganado pero éste, en lugar de eso, le regaló la lira a Apolo a cambio de las vacas. Apolo quedó encantado con el trueque y es por eso que uno de sus símbolos es la lira.en una cantera, pero en una cantera de piedras de verdad.
La semana que viene: ¿Hasta dónde puede llegar la vanidad de una Diosa?