Mujeres ejecutadas por la cheka de Jarkov, Ucrania. Aún vivas, los chekistas les cortaron los pechos y les metieron carbón ardiente por la vagina
Piel humana arrancada a tiras en la cheka de Jarkov, Ucrania
Cierto que fue Mussolini quien acuñó el término (procedente del latín ‘fasces’, haz), pero la realidad es que años antes Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, ya había puesto en práctica todos los resortes y herramientas propios de tal modo de pensar y actuar que, básicamente, pueden resumirse en la persecución a muerte de todo el que disienta o sea sospechoso de ello. En todo caso, se encargó de llevar a la muerte a millones de personas
Lenin murió (muchos aseguran que por causas derivadas de la sífilis que sufrió durante gran parte de su vida), en enero de 1924, a los 53 años. A veces se ha dicho que Lenin era el bueno y Stalin el malo, sin embargo, sus palabras y sus actos señalan que no tenía absolutamente nada bueno, sino que lo definen como uno de los mayores, más sanguinarios y crueles personajes que han pisado la Tierra. Jamás asumió críticas u opiniones contrarias sin encolerizarse hasta enrojecer, vertió toneladas de veneno contra sus enemigos (reales o supuestos), nunca fue coherente con cualquier compromiso que adquiriera, fue dogmático hasta el fanatismo más ciego, odiaba la libertad y ni una sola vez admitió errores propios o experimentó sentimiento de culpa (en estas características coinciden todos los expertos, historiadores y biógrafos independientes, como Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Jean-Louis Margolin, Karel Bartosek).
En unos seis años, de 1917 hasta unos meses antes de su muerte, nunca dejó de ordenar masacres, ejecuciones y torturas. Durante ese tiempo fue el responsable directo del asesinato de cerca de un millón de personas por motivos políticos, ideológicos o religiosos; cerca de medio millón de cosacos, otros tantos campesinos y trabajadores que se atrevieron a hacer huelga o protestar, decenas de miles de prisioneros de guerra, víctimas de represión ciega…, además de entre cuatro y ocho millones de muertos por hambre entre rusos, tártaros, kazajos…
En 1917 instauró la ‘Chrezvycháinaya Komíssiya’, la terrorífica Cheka, que en dos años contaba con más de 280.000 agentes de la represión y la muerte (la ‘Ojrana’, la policía secreta del zar nunca tuvo más de 15.000). Y en 1919 se encargó de crear un sistema de campos de concentración, el temible Gulag, calcado de las prisiones zaristas (katorga) para ‘albergar’, torturar y ejecutar sin piedad a todo el que pareciera disidente.
Según el historiador ruso Alexander Nikolaevich Yakovlev y los Archivos Estatales de la Federación Rusa, los métodos utilizados por las chekas de Lenin (quien siempre aconsejaba no tener piedad y asegurarse de que todos se enteraran) fueron: lapidaciones, estrangulamientos y ahogamiento en aguas heladas, achicharrar a los reos con brea hirviente, meterles plomo fundido por la garganta o meterlos en agua hirviendo, arrancarles la piel, enterrarlos vivos, empalarlos, castrarlos, arrancarles el cuero cabelludo, crucificar a los curas…, la lista es aterradora (el novelista Georges Orwell reflejó en su novela ‘1984’ el método de la rata usado por la cheka).
Miles de iglesias, conventos y monasterios, sinagogas y mezquitas fueron saqueadas y destruidas y muchos cientos de miles de personas ejecutadas por motivo religioso gracias al odio salvaje y fanático de Lenin. Según el mencionado Yakovlev, sólo en 1918 fueron torturados y ejecutados tres mil curas y monjas: a golpes, ensartados por las bayonetas, desmembrados en vivo, decapitados…, en Voronezh arrojaron vivas a siete monjas a un gran contenedor de alquitrán ardiente. En mayo de 1920 Lenin ordenó personalmente la ejecución de todos los curas que no abrazaran el comunismo, con el resultado de entre 14.000 y 20.000 asesinatos. En el verano de 1918 Lenin ordenó ahorcar a “no menos de cien campesinos (kulaks) de Ucrania y el Cáucaso para que sirvieran de escarmiento. Hay que implantar el terror de masas (…), fusilar, ejecutar (…) no hay un minuto que perder”, escribió. En 1919 y 1920 ordenó ejecutar a todos los desertores (más de un millón), y si no se entregaban, “matar a una persona de cada familia para que salieran de los bosques”.
En 1920 se declararon en huelga muchos obreros de la región de los Urales; Lenin telegrafió a Vladimir Smirnov para que los ejecutara sin miramientos: “Me sorprende que usted tome el asunto con tanta ligereza y no ejecute inmediatamente a un gran número de huelguistas por el delito de sabotaje”. Sólo en esa región, cientos de miles de obreros y campesinos fueron ejecutados entre 1918 y 1922 ‘gracias’ a las órdenes de Lenin.
En su libro ‘Estado y revolución’ dejó escrito: “Es necesaria la destrucción del parlamentarismo burgués (…)por la dictadura revolucionaria del proletariado (…) ¿Creéis realmente que podemos salir victoriosos sin utilizar el terror más despiadado?". Escribió al Politburó el 19 de marzo de 1922: "Ahora y solo ahora, cuando las personas se consumen en áreas afectadas por el hambre y cientos, si no miles, de cadáveres yacen en las carreteras, podemos (y por lo tanto debemos) perseguir la eliminación de eclesiásticos y propiedades de la iglesia con la energía más frenética y despiadada, y no dudéis en aplastar la menor oposición”. De hecho, mucho antes ya mostraba sus intenciones: en 1891 había escrito: “El hambre tiene numerosas consecuencias positivas, pues destruye no solamente la fe en el Zar, también en Dios”.
Resulta asombroso, espantoso, que aun existan criaturas que nieguen la evidencia y defiendan a esta fiera sedienta de violencia. Su obsesión era el comunismo ciego y borreguil que, en realidad, fue una forma de fascismo llevado al más sangriento extremo.
CARLOS DEL RIEGO