Ya lo hizo en su entrega anterior, El país de los ciegos, y de nuevo se adentra en las entrañas alicantinas, las que se empeñan en desmentir y apagar el brillo de la Costa de la Luz, las que acogen al inspector Antonio Ramos, un tipo extraviado que verá pasar ante sus narices el dinero suficiente como para querer cambiar de vida. Y es que su familia le desprecia, los compañeros le ignoran, y hasta a veces los yonquis tratan de dársela sin queso. Si a eso le sumamos una inquietante pareja de mafiosos rusos, los Organov, una mujer que se cree poseída por una secta, la reaparición del Tuerto Durán y unos extraños crímenes familiares junto a un anciano ‘diógenes’ asesinado con curare, el combinado va alcanzando unos grados que prometen una monumental resaca.
Hay pocos policías competentes, forenses amigos, vecinos maltratadores, camareras capaces de soliviantar al mundo con el swing de sus nalgas, estrellas de cine perdidas en la vanagloria, paparazzi casposos con ínfulas literarias, y por encima de ellos el deseo de la venganza cuando ya no queda otra salida, cuando las deudas le comen terreno a los homenajes de la amistad, y cuando son los muertos los que cada mañana rellenan los espejos. Esa atmósfera tan particular es típica de este autor yeclano, que siempre le ofrece al lector un ambiente lleno de sombras, físicas y narrativas, para recoger la ansiedad y los palos de ciego que requiere toda investigación.
Claudio Cerdán ha ido varios pasos más allá con una narración descarnada y vertiginosa, tienen suerte los editores de que el inspector Ramos sea un personaje ficticio, porque podría haber liquidado a quien se haya empeñado en confundir en el texto las ges y las jotas, una novela como ésta no se merece las injusticias ortográficas que le han propinado. Deberían esmerarse más o…
Cien años de perdón. Claudio Cerdán.Versátil. Barcelona 2013. 354 páginas.(LA VERDAD, "ABABOL", 12/10/2013)