El pasado miércoles se celebró el centenario de la muerte de don Francisco Giner de los Ríos, nacido en 1839 y fundador, en 1875, de la Institución Libre de Enseñanza. En las seis décadas que duró la ILE, expandió una renovadora fe laica, que veneraba la cultura y la ciencia, sacaba los libros al monte y sacudía la pelusa del retraso con el envío de talentos al exterior y la invitación a España de quienquiera que tuviese algo notable que aportar. Fue una de las criaturas más innovadoras que alumbró España. Sin ella no se entiende la generación de luciérnagas que puso patas arriba la cultura española en los años treinta. “Lo iniciado por Giner de los Ríos con la ILE –sostiene José García-Velasco, secretario de la Fundación– sólo se pudo apreciar cabalmente 40 años después, tras su muerte”.
La ILE fue el germen y la savia de las más fecundas realizaciones educativas del primer tercio del siglo XX, sepultadas después bajo la sombra de la dictadura. Más allá de una reforma educativa, pretendía una reforma de la sociedad española y entendía que sería una tarea lenta y silenciosa, comparable con la siembra. Como foco intelectual, la Institución inspiró con su espíritu a la más vigorosa masa de intelectuales que se enfrentó a la dictadura de Primo de Rivera y al descompuesto estado monárquico, siendo la base intelectual para el republicanismo. Se trataba de una entidad completamente ajena a todo espíritu religioso, escuela filosófica o partido político, proclamando tan solo el principio de libertad e inviolabilidad. Ligada a la Institución, la Residencia de Estudiantes (para estudiantes de postgrado), en Madrid, fue el mayor foco cultural que ha existido en España, y, durante la República, acogió a una mayoría de los intelectuales de la talla de Juan Ramón Jiménez, Salvador Dalí, Moreno Villa, Federico García Lorca, Gabriel Celaya, Rafael Alberti, Julio Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Luis Buñuel, Eugenio D´ors, Miguel de Unamuno, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Machado, León Felipe, Federico de Onís,...
Francisco Giner de los Ríos fue un inusual visionario, que no quedó atrapado en la telaraña de la teoría ni en la nostalgia del fracaso. En 1875 le apartaron de su cátedra de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional de la Universidad Central por negarse a acatar la norma que impedía las críticas a la religión católica o a la monarquía. La Institución nació como un electrón libre en lo institucional. Su primera vocación –universidad privada y laica, a semejanza de la Universidad Libre de Bruselas, fundada por masones belgas– no cuajó, “pero, lejos de desanimar a Giner y sus compañeros, les llevó a adoptar la opción estratégica que 30 años después se revelaría como una inversión muy productiva”, recuerda García-Velasco. Se volcaron en la enseñanza primaria y secundaria y, sobre todo, iniciaron una estrategia de ramificación de su filosofía en una serie de organismos públicos y autónomos que contribuirían a formar brillantes científicos, intelectuales y políticos. “Con el tiempo”, señalan los historiadores Javier Moreno Luzón y Fernando Martínez López, “las dimensiones políticas de este organismo libre tuvieron un gran alcance”. En la misma casa donde Francisco Giner de los Ríos murió hace justo un siglo –y que acaba de ser rehabilitada tras 10 años de trabajo– una serie de personalidades como Salvador Giner, Laura García-Lorca, José Manuel Sánchez Ron, Isabel de Azcárate Gómez o Nicolás Sánchez Albornoz, se reunieron el miércoles pasado, para recordarle.