El ascenso en los Estados Unidos de élites de origen extraeuropeo (o de fuera de occidente, como prefiera) debería preocuparnos en Europa. No en un sentido racista, desde luego, sino cultural: la gente aprecia lo que conoce, y se preocupa menos por lo que no conoce. La cantidad de indios, coreanos y chinos que están tomando posiciones en las altas esferas yanquis hará que aún más el centro de gravedad de su política gire hacia el oeste, hacia un mundo en el que Europa queda cada vez más lejos.
Sin embargo, este ascenso tiene también cosas positivas: me puse hace poco, cortesía de John the Minor, con No seas neandertal, un entretenido ensayo publicado por Debate de divulgación sobre ciencia y evolución en el que, por vez primera, leo sobre estos temas a alguien que no no procede de mi cosmovisión cultural. Sang Hee-Lee, una reputada antropóloga de la Universidad de California, introduce matices en el libro que no son fáciles de ver cuando el que escribe es un occidental. La imagen de bárbaros que hemos tenido durante décadas de los neandertales es inseparable del momento en el que los descubrimos (siglo XIX), ya que adoptan para los europeos la misma imagen que las clases medias europeas tenían de los bárbaros africanos y asiáticos que los europeos iban colonizando. La ciencia no se abstrae del mundo en el que nace (ya lo explicó Bojs en Mi gran familia europea: a los científicos suecos les costó aceptar que la agricultura la llevaron allí ¡sirios!) y es bueno que nos demos cuenta de ello.