Por todo ello, hace unos días me dispuse a aunar mis dos facetas, la científica y la cultural, visitando el Museo de la ciencia de Valladolid. La ciudad pucelana está relativamente cerca, pero no sabía que disponía de un Museo de la Ciencia, que siempre son muy agradables de visitar. La última vez que estuve en uno fue en A Coruá, hace unos diez años, así que la experiencia ahora iba a ser totalmente diferente.
Pudimos visitar la fauna del río Pisuerga en lo que se conoce como La casa del río, y también una exposición sobre el coche eléctrico que ocupó la mayor parte de nuestro tiempo. Por eso, el resto de la visita fue muy rápida, demasiado, apenas disfrutando de los aparatos más llamativos, y empapándonos al máximo de la biología, la física, la química... dos personas que tanto las añoraban.
Es un museo altamente recomendable, al que sin duda volveré con tiempo para poder verlo todo sin la presión del cierre persiguiéndonos. Al menos ha servido para lo que ya sabíamos, que soy hombre de ciencia y hombre de fé. Hombre de letras, pero también hombre de bata blanca. La dualidad personificada que siempre ha existido en mi ser...