Durante sus ya muchos meses, años incluso, al frente del Gobierno de la Nación nos la ha querido meter doblada bastantes veces, pero ya es el colmo que Pedro Sánchez pretenda hacernos creer que no sabe dónde está Juan Carlos I. Es un ex jefe de Estado que cuenta con una escolta permanente a la que no creo yo que haya renunciado, que orgánicamente depende del Ministerio de Interior, no creo que pueda volatilizarse en este tiempo de redes sociales y programas de chismes.
O que le pregunte al abogado de Juan Carlos I, quien ya ha dicho que tiene instrucciones para que haga público que está a disposición del ministerio fiscal. Otra que nos han querido colar. Aunque se haya pirado de España, continúa siendo rey emérito desde el decreto-ley de 13 de junio de 2014, y sigue estando aforado tras una oportuna reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que sólo excluyó a las hermanas, cuñados y demás parentela, de Felipe VI.
Por lo tanto, lo que hiciera antes de su abdicación, en calidad de Jefe de Estado, no existe para los tribunales españoles. Ni las presuntas comisiones, ni las donaciones realizadas por gratitud y amor, ni las supuestas cuentas en paraísos fiscales, que se remontan al periodo entre 2008 y 2012.
Lo que se sabe de Juan Carlos I de junio de 2014 en adelante, más allá de berrinches con su nuera, a la que no puede ver, y alguna cuestión de salud, se reduce a posibles delitos fiscales no prescritos, cuyo importe a usted y a mí nos permitirían comprarnos un pisito, pero que es una miseria para un patrimonio personal que podría llegar a los 2.000 millones de euros, según una estimación del New York Times.
Ahora bien, en Suiza tiene abierta desde hace dos años una causa relacionada con alguna cuenta corriente de la que era primer beneficiario, donde ya se ha tomado declaración a Corinna Larsen, entrañable ella. ¿Se le podría juzgar allí por todo lo realizado tras la abdicación? Ni la Constitución, cuyos autores jamás previeron este escenario, ni el débil sustento que da el Derecho Internacional facilitan que la tierra de los bancos abra la veda y actúe contra uno de sus clientes, emérito pero rey al fin y al cabo, pero ahí queda esa opción.
"Ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada". Así pretendió liquidar el comunicado de la Casa Real el pasado lunes la oscura marcha de quien fuera jefe del Estado durante cuatro décadas, disfrazando de minucias personales lo que en realidad es una bomba de considerables dimensiones respecto a la fortuna real que amasó una persona que jamás trabajó (en 1975 accedió al trono sin una peseta), y que es de los jefes de Estado peor pagados del mundo.
Nos olvidamos de que la asignación que nuestra Constitución manda realizar a la Casa del Rey para sostenimiento de sus gastos se encuentra en una sección de los Presupuestos Generales del Estado, y tampoco es tanto: Menos de ocho millones de euros que se van en cuatro sueldos regios, pagar al personal a su servicio y mantener las carísimas instalaciones. Al emérito le quedan anualmente unos 200.000 euros que, se supone, seguirá cobrando. ¿De dónde salen, entonces, los 2.000 millones que se le calcularon en 2002? En una medidísima operación de separación de la denostada figura de su padre, una más, Felipe VI renunció a la parte de la herencia que pudiera corresponderle.
Con todo, esa fortuna debe estar convenientemente repartida por mil sitios, y recuperar de una vez tanto dinero no le ha sido fácil a Juan Carlos. Ya eso le preocupaba en 2010, cuando confesó a un amigo que le atormentaba abdicar por no tener suficiente dinero.
2010... ¿Ustedes estaban en crisis en aquel tiempo? ¿Lo están ahora? ¿Lo estuvieron en 2012? El mismo rey que se confesaba abatido aquellos años por la cantidad de españoles que estaban siendo desahuciados de sus casas, los que rebuscaban en la basura para comer, y quienes vivían gracias a la exigua pensión del abuelito, ese mismo rey se rompía la cadera tras caerse una noche en una cabaña de lujo en Botsuana, a donde había ido a cazar elefantes a razón de 42.000 dólares la pieza, junto a la entrañable Corinna Larsen, y algunos amigotes, curiosamente saudíes. "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir", balbucearía días después.
Tarde. España perdió el miedo a hablar de la realidad de su Rey. De aquellos acontecimientos de su vida privada. Las arenas del tiempo que sepultaron el pasado de tantas civilizaciones perdidas, en cuestión de veinte años han pasado por encima del campechano y deportista monarca. Unas arenas que hoy son una montaña que amenaza a la monarquía parlamentaria, una forma constitucional de gobierno que muy bien pudo haberse liquidado décadas atrás. Por algún motivo no se hizo.
Fernando Garrido Falla, insigne jurista, fue uno de los autores que trasladó a España la teoría de la autolimitación del Estado, ensayada por el alemán George Jellinek en el siglo XIX. A grandes rasgos, viene a decir que los límites que el Estado de Derecho impone al poder político, no dejan de ser fruto de una decisión del mismo poder político, que se rodea voluntariamente de obstáculos sencillamente por su propia voluntad.
En algo parecido debió pensar Juan Carlos I cuando decidió hacer caso a quienes pedían en los años 70 del siglo XX que España se abriera al mundo como una democracia, y se separó del franquismo, que le había ungido como sucesor. No se puede negar que supo leer su propio tiempo, y conectar con toda una generación sedienta de libertades, que a partir de entonces pasó a considerarse Juancarlista, ni monárquica ni republicana. Una nueva demostración de lealtad a España durante el golpe de Estado del 23-F le colocó en la cima de su popularidad.
Pronto llegarían los títulos mundiales de regatas resultado de su pasión por los barcos, al frente del Bribón, primero, y del enorme Fortuna que un buen puñado de empresarios le regaló en su día, después. Bribón y Fortuna. Las idas y venidas a Mallorca rodeados de todo lo mejor, la imagen internacional reforzadísima de España con sus paseos por el mundo, y hasta los saltos de alegría como un hooligan más en Juegos Olímpicos y partidos de la selección de fútbol. ¿Deslices matrimoniales? De eso no se hablaba, además, ¿quién no los tuvo alguna vez?
El campechano rey casaba a sus hijos, aseguraba un preparado relevo al frente de la Casa Real y pasaba la mano por el hombro, como un gran amigo, a un otoñal Adolfo Suárez lastrado por el alzheimer. O el "¿por qué no te callas?" a Hugo Chávez, con el que fue un poco portavoz de todos y le hicieron hasta camisetas. Él mismo le regaló una al propio Chávez.
A todo el mundo le gustaba estar al lado de aquel tipo tan gracioso, rey al fin y al cabo, pero nadie reparaba en que quizás ya había dejado cumplidas sus funciones diez años después de aprobada la constitución de 1978, y que España estaba ya preparada para dar el paso a otra fórmula de Jefatura de Estado, más coherente con los tiempos.
Tal vez hubiese sido una sabia decisión, y el ciudadano Juan Carlos de Borbón, indudablemente era entonces el mejor posicionado para ser el primer presidente de la III República española. La monarquía es una anomalía dentro de un sistema democrático como el actual, en el que cualquiera debería poder llegar a donde sus capacidades le permitieran, pero en aquellos felices ochenta ¿quién podía resistirse a la tentación de presumir de ciertas amistades?
Leo en El País que uno de los grandes temores de Juan Carlos I, confesado a un amigo hace no demasiado, es que las generaciones actuales, abiertamente republicanas en no pocos casos, le recuerden por los elefantes, las amigas entrañables y los maletines. Un lamentable epílogo.
En 2013, el hoy vicepresidente Pablo Iglesias, siempre ocurrente, cuando todavía se limitaba a presentar programas de televisión, ya dijo que la guillotina está vinculada a la democracia desde la revolución francesa, y lamentó los horrores que nos hubiéramos ahorrado los españoles si hubiésemos contado a tiempo con tan democráticos instrumentos.
Pues sí, la democracia española de 1978 ya ha guillotinado a su primer rey, y quienes aplauden felices por un lado, o bien dicen respetar el noble gesto como una forma de salvaguardar el orden constitucional, deberían recordar que Luis XVI no fue, ni con mucho, el único que perdió la cabeza así en Francia: Se estuvo utilizando dos siglos, hasta bien entrado 1977.
Lo mismo la cabeza de Juan Carlos no es la única que vemos rodar.