Han pasado cinco años de la presentación de El viaje de Pau, mi primera novela, en la librería Espai Literari. Fue una tarde maravillosa, uno de los días más memorables de mi vida, repleto de emociones que conservo grabadas en cada poro de la piel.
Por aquel entonces acababa de iniciar el camino sin fin que es la aventura literaria. Llevaba la mochila cargada de ilusiones e interrogantes, como el Pau de la portada (obra, como ya sabéis, de mi hermano Fran) del libro que me acompañaba.
También me acompañaba una elevada dosis de ingenuidad, consecuencia del desconocimiento del mundo donde me estaba metiendo. Cinco años después soy menos ingenuo, pero creo que serlo en aquel momento me ayudó.
Cualquiera que escriba con la intención de publicar, y más si lo hace de forma independiente, sabe que lo tiene crudo para conseguir un mínimo de visibilidad. Yo lo intuía, pero tenía la esperanza de que si me movía mucho algún día saldría del anonimato. Soñaba con que El viaje de Pau se convirtiera en un pelotazo, así que ideé un montón de estrategias y me apunté a todos los bombardeos que se me pusieron a tiro (qué belicista me está quedando esto), y la verdad es que no se me dio mal la cosa.
¿Por qué digo que me ayudó la ingenuidad inicial? Porque si hubiera sido escéptico, si hubiera sabido que tanto trabajo sólo tenía sentido si era sostenido en el tiempo y con la máxima intensidad, quizás la mochila habría ido menos cargada de ilusión.
Autopublicar es muy agotador, y publicar con editorial sólo tiene sentido (es mi opinión) si encuentras una que tenga más capacidad de dar visibilidad a tu obra que tú, que se tome su trabajo con la profesionalidad que se le presupone a una editorial (he leído demasiados libros con sello donde la edición brilla por su ausencia), y que lo haga con la misma ilusión que el autor.
Es obvio que la ilusión no es un ingrediente imprescindible para escribir ni publicar libros. La constancia, la profesionalidad, el dominio de las técnicas narrativas y de edición, y otras cosas sí lo son. Con ilusión sólo no se escribe ni se publica, pero si desterramos la ilusión también de las actividades artísticas, nos va a acabar quedando todo de un gris que da (aún más) ganas de llorar.
Cuando acabé de escribir El viaje de Pau estaba convencido de que me iba a comer el mundo. Cuando no gané el premio Alfaguara (creo que fue ese al que presenté el manuscrito) ni encontré editorial (seria) que lo publicase, las expectativas se redujeron «un poquitín». Pero me decidí a autopublicar, y cuando tuve el libro en mis manos me vine arriba de nuevo y me marqué el reto de llegar a vivir algún día de mis letras yendo por el camino difícil.
Aquella presentación en Espai Literari, que me invitaran a eventos literarios, la aparición en medios de comunicación, y la complicidad de mucha gente, la mayoría desconocidos hasta entonces, mantuvo el depósito de la ilusión a tope, cosa que fue básica para ponerme con la siguiente novela.
Y entonces fue cuando me di cuenta de que la cosa iba para largo. Porque los autores anónimos no podemos dejar de dar la lata si no queremos regresar al anonimato. En la época de las redes sociales, de la inmediatez y, por tanto, de la fugacidad, un libro no es nada. Yo puedo haberle dedicado años, criarlo con todo el cariño y la atención del mundo, hacer todo lo posible para que sea un trabajo magnífico, pero, ay, amigos, eso a la gente le importa un pimiento.
Y eso lo aprendí cuando me embarqué en mi siguiente proyecto literario, Con la vida a cuestas. Es un aprendizaje importantísimo, tanto como empezar el camino con la mochila cargada de ilusión, incluso más. Porque si creemos que la gente nos debe algo por tanto esfuerzo vertido en nuestra maravillosa obra, ya podemos dedicarnos a la cría del berberecho o cualquier otra actividad menos autocomplaciente.
Nadie tiene por qué interesarse por nada de lo que hagamos. Hay miles de autores tan ilusionados y profesionales como tú. Todos quieren que les lean, todos sueñan con dar el pelotazo, con tener colas quilométricas de lectores a los que dedicarles sus libros. Desgraciadamente, la inmensa mayoría no pasará nunca de que les lean sus familiares y amigos. Y eso hemos de tenerlo clarísimo para poder continuar.
Las ilusiones se rebajan, desde luego. Mi mochila va más ligera de ellas, pero la he llenado con otras cosas. Con experiencia, con conocimiento, con la amistad de autores y lectores maravillosos, de quienes aprendo a diario.
Tengo que decir que estoy muy orgulloso de la trayectoria que llevo. No es vanidad. Soy consciente de que he cometido muchísimos errores, de que al principio me pudo la impaciencia, y de que El viaje de Pau habría sido una novela mejor si le hubiera dado al proceso de edición la misma importancia que al de creación, la que, por ejemplo, le estoy dando a mi próxima obra.
Pero claro, sin esos errores, seguramente mis siguientes trabajos habrían sido diferentes, y ahora no estaría corrigiendo Días de arañas, buitres y ovejas de la manera implacable que lo estoy haciendo. Esos cinco años de aprendizaje continuo se notan, así que lo que, sobre todo, le tengo que agradecer a El viaje de Pau y a todo lo que le siguió es que pusiera los cimientos del escritor que ahora soy.
Mis primeras novelas son mejorables, por supuesto. Si hubieran pasado el filtro de una editorial (seria) habrían acabado convirtiéndose en otros libros, más trabajados, pero no me arrepiento de haberlo hecho así. He aprendido tantísimo y he vivido tantísimas experiencias maravillosas que me resulta difícil renunciar a alguno de esos recuerdos.
Decía que cuando me puse a escribir Con la vida a cuestas me di cuenta de que iba a ser imposible compatibilizarlo con el ritmo de actividad promocional que mantenía con El viaje de Pau, así que opté por escribir y dejar el marketing en segundo plano.
Hay autores capaces de hacer ambas cosas, y que incluso sólo se dedican a la actividad literaria (y lo que la rodea) de forma independiente. El caso de Ana González Duque, por ejemplo, es admirable. Tengo aún pendiente la crónica de su interesantísima charla en el IV Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles, que algún día escribiré (por cierto, acaba de publicar La sociedad de la libélula, que tiene una pinta estupenda; el día 30 la presenta en Barcelona, en Gigamesh).
Yo reconozco que, aunque me encanta el contacto con la gente, por redes sociales pero sobre todo en persona, no estoy hecho para el marketing. Me cuesta mucho hacerme pesado con mis libros, porque tengo la impresión de que los autores estamos todo el día dando la matraca, y acabamos ahuyentando a los lectores.
En fin, que decidí aminorar el ritmo. Sabiendo que el camino no tiene fin y que es muy posible que nunca pase de conservar un puñado de lectores. Eso no significa que renuncie a mis sueños. Ahora ya sé de qué va esto, pero confío tanto en lo que hago, tengo tan claro que escribir es lo que voy a hacer el resto de mi vida, que estoy seguro de que algún día pagaré las facturas y el alquiler con lo que me aporten mis libros. No sé si será dentro de cinco, diez, veinte años o un par de días antes de espicharla (si es entonces, apenas podré pagar la factura del móvil y parte del alquiler mensual, pero valdrá igualmente).
Autopublicar es muy agotador (es la segunda vez que lo escribo en este artículo). Sin embargo, me parece mejor opción que publicar con según qué editoriales. Yo estoy satisfecho con mi experiencia, por agotadora que haya sido en algunos momentos y por poco que, en apariencia, compense el esfuerzo invertido. Volvería a recorrer el mismo camino (¿lo he dicho ya?), pero espero no tener que seguir haciéndolo.
Me explico.
Yo quiero dedicarme a escribir, y autopublicar, sobre todo en papel, requiere un esfuerzo de logística poco sostenible en el tiempo. La distribución continúa siendo un obstáculo insalvable, así que lo único que uno puede asumir es imprimir tiradas de doscientos o trescientos ejemplares para colocar en unas pocas librerías amigas y llevar a ferias literarias (no puedo dejar de mencionar a mis hermanos de la PAE – Plataforma de Adictos a la Escritura, una de las mejores cosas que me han pasado en esta aventura; hace unas semanas escribí sobre asociaciones de escritores y las Viles del Llibre).
El viaje de Pau llegó a una treintena de librerías de todo el país, y podría haberlo enviado a más, pero el trabajo de seguimiento es inasumible a largo plazo. He publicado otros tres títulos en papel, pero he restringido mucho más su distribución. Imaginad lo que sería tener los cuatro en treinta o cuarenta puntos de venta. Para que algunas librerías me contesten les tengo que enviar varios mensajes, y a veces me queda la sensación de que, ante tanta insistencia, pedirles (siempre muy educadamente) los veinte o treinta euros de los libros vendidos es como pedir limosna, así que si tuviera que hacerlo con tantas regularmente, acabaría aborreciéndolas. Por no hablar de las que desaparecen del mapa, y con ellas, mi dinero y mis libros.
Que no es sostenible, vamos.
Así que para mi nueva novela voy a buscar editorial. No espero que me fiche Planeta (tampoco tiene por qué ser lo deseable) ni ningún gran sello. Me conformo con una que trabaje de forma profesional y con cariño. No soy muy optimista, teniendo en cuenta, por ejemplo, la experiencia de mi queridísimo y admirado Adrián Martín Ceregido. Conozco a pocas personas tan metódicas, constantes y profesionales como él. Ha escrito dos novelones: La venganza esquiva y El peso de la ira, pero no ha encontrado editorial ni agencia literaria que apuesten por él. Y me consta que las ha buscado a conciencia. Así que ha tenido que optar por la autopublicación, y no le está yendo nada mal. En el entorno de la ría de Bilbao es toda una celebridad (ya me perdonarás el chascarrillo, amigo), que no es poca cosa. Estoy segurísimo de que un buen puñado de autores consagrados ya querría conseguir la cantidad de lectores que tiene él.
Me gustaría encontrar editorial, pero si no lo consigo seguiré autopublicando. En la medida de mis posibilidades, sin agobios, y conservando la ilusión por la escritura. Mantengo la afirmación de que mediante la autopublicación se puede construir una carrera literaria sólida, sólo que cada vez me resulta un poco más pesado el esfuerzo que conlleva lo que no es crear, y que me gustaría probar la experiencia desde otro punto de vista.
Aún falta tiempo para que mi próximo libro sea una realidad. Estoy en pleno proceso de revisión/corrección. Acabé de hacer las correcciones sobre el manuscrito impreso, y me falta pasar al ordenador la mitad (si te pica la curiosidad, aquí puedes leer las diez primeras páginas, que ya las tengo presentables). Voy más lento de lo que esperaba porque en el proceso de relectura no sólo incorporo las correcciones hechas en papel, sino que veo que hay que cambiar más cosas. Así, de las 132.000 palabras que tenía el primer borrador, ya he recortado más de diez mil; sobre todo, acotaciones y descripciones que no aportaban nada y que cortaban el ritmo de la historia, pero también fragmentos de diálogo. Total, que la versión que recibirán los lectores cero (estoy en la fase de selección; ya he conseguido engañar reclutar a varios) se parecerá poco a la primera. Se me ocurre que sería interesante compararla con la que acabará convirtiéndose en libro.
Bueno, creo que esto ya me ha quedado lo bastante tocho como para seguir escribiendo. Hay cientos de cosas que podría contar a partir de mi experiencia, pero como balance/conmemoración de los cinco años de la presentación de El viaje de Pau, ya vale por hoy.
Nos leemos.